jueves, 31 de octubre de 2013
Old songs
Demasiado tiempo. Las mismas cargas de siempre y nada parece cambiar. Y nunca acabo de recuperarme de mis propias debilidades, odiando y deseando ser amado al mismo tiempo, encerrado en una incomunicación autoimpuesta que no acabo de comprender, pero supongo que la comprensión de ciertas cosas es un lujo que no me puedo permitir en este momento. Escribo mensajes anónimos de los que luego me arrepiento y hablo de amor con personas recién conocidas, de las que en un par de días me aburro y borro de mis contactos. No me gusta dividirme en tantas porciones, no quiero tener tantas versiones, nunca llegaré a dominar el arte de conocerse a uno mismo. Hoy cocinaba las sobras de ayer: champiñones y un poco de carne picada con tomate y mientras miraba por la ventana, el cristal lleno de gotitas de lluvia, el horizonte nublado y un constante lamento en el césped, me daba cuenta de que ahora, por fin, después de tantos años, estoy en ese punto en el que puedo dejar mis vicios atrás, he sentido una súbita tranquilidad, estar solo no está tan mal, y la religión siempre está ahí, esa especie de relación-acordeón que tengo con ella. Incluso, tras años de jugar al malditismo, de pensar en el suicidio de una manera más o menos artística, de lamentarme por no tener a nadie, a ti, de pensar en la rubia, en la lista, en la idea del amor, puedo permitirme un respiro: me empieza a dar igual. Y es más, volviendo a lo del suicidio (es un tema que siempre ha estado presente en mi cabeza) me he dado cuenta de que no merece la pena ponerme fin tan pronto: hay un tipo de conocimiento que solo se adquiere siendo viejo. Solo por eso ya merece la pena seguir adelante. Quiero hacer mi mundo más grande, aunque a veces me sienta condenadamente pequeño y miserable, pero seguramente he de acostumbrarme a vivir con esta sensación toda mi vida, ese sentimiento de estar al borde del colapso, de esos sentimientos mutiladores que me rodean a diario, unas veces feo, otras gordo, otras excesivamente delgado, otras guapo pero triste, no hay equilibrio, o quizá mi equilibrio sea no encontrar tranquilidad nunca. No se lo que digo, aunque siempre diga lo mismo. Y he cometido errores que nunca pensaba que cometería, como recurrir a antiguos contactos, a esos que despaché de mala manera, por la sencilla razón de que me hacían sentir solo y ahora, esa misma soledad me impulsa a llamarlos otra vez, sin resultados. La música. De nuevo ella es el único refugio. Y no solo por el gusto de un estilo u otro sino porque cada canción es un pequeño cajón en el que guardo intacto algo de mi. Es un placer escuchar ciertas piezas pasado un tiempo y verme reconocido allí: puedo ver lo que veía la primera vez, lo que pensaba, a quien quería, y cuales eran mis miedos. Pero tampoco descubro nada nuevo, es lo que todos llaman "nuestra canción". Estoy un poco oxidado tras todos estos meses, cambiando la piel, buscando una voz, un estilo que nunca termina de llegar, pero eso, la búsqueda es lo que le da sentido al camino, y ahora, en este preciso momento, comprendo (en una de esas enseñanzas que llegan de golpe, sin avisar y sin posibilidad de darles la espalda) que no puedo permitirme esperarte más tiempo. He puesto muchas ilusiones en encontrarte y Dios sabe que lo intenté, que realmente soñaba con el momento de reconocernos después de tantos años, de tantos equívocos, pero sencillamente no ha funcionado: lo reconozco, he fracasado, y me queda el consuelo de por lo menos haber aspirado a lo máximo que podía, incluso tras haber intentado recuperar el contacto contigo, pero he llegado al final del mapa, al error del geógrafo, a esa zona no prevista en la que no hay nada que decir, simplemente callar e intentar averiguar el significado de los silencios. No he sabido amarte, aunque no por eso dejo de creer que puedo amar, y ese sería el verdadero pecado, sentir raptada esa capacidad. Se acaban los espacios, pero empiezan los recuerdos, los anhelos y los deseos que empiezan a limpiarse del lodo de las frustraciones, de ese sexo enlatado del porno, de las perfecciones invisibles de lo desconocido y virtual. Se acaba el simulacro, y solo queda la repetición desnuda. Tras lo virtual, quedan las cenizas, la reliquia del tiempo perdido. El tiempo otra vez. Es hora de perderme en mi propia sombra, y hablar de mi pasado como una leyenda que jamás existió. Quiero empezar de nuevo, sin ti, sin esa versión de mi que me avergüenza, no digo con ilusión (la gente me sigue dando miedo y las manías se empeñan por crecer) pero con una firme aceptación de mi propia realidad. He perdido algo de esa frustración que me hacía escribir con furia, y mis sueños, o por lo menos algunos de ellos, no son tan grandes como solían. En esta tierra baldía todo son ecos que me recuerdan a ti, ya no estás y empiezas a desaparecer poco a poco, cada vez más lejana. En mi memoria, y solo allí, quedará el placer de haberte conocido.
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