Estas sentado en el comedor, pensando, y contento solo con eso, en las cosas que podrías hacer y no haces. Te parece que las meras posibilidades son suficientes: no hace falta siquiera que se conviertan en una realidad: si lo hicieran, te quitarían las excusas para maldecir tu mala suerte. No, prefieres quedarte en la cama y posponer tus planes. En media hora empiezo, pero la media hora solo es la primera de la siguiente excusa. Y así malgastas tu mañana, pensando que la vida es una puta mierda que no te merece y cosas por el estilo. Pasas tu nariz por el suelo, buscando el rastro de un error que no sabes si cometiste o no, pero prefieres pensar que incluso en esta situación quedan resquicios que puedes controlar de una manera o de otra. La alternativa es demasiado tenebrosa como para considerarla siquiera, y es que te da pánico aceptar que efectivamente no ha pasado nada y que la vida, a fin de cuentas, es esto, sin nada mágico ni especial que ofrecer más allá de mañanas muertas que pierden el oxigeno poco a poco entre revisiones de correos rutinarias en las que compruebas que nadie te escribe y revisiones de Facebook en las que descubres que tampoco tienes mensajes pendientes de responder y perfiles falsos en un chat (Nookie30) en los que T A M P O C O te escribe nadie. Estás en la cama y son las 12:30 de la mañana. Te preguntas, en una escena repetida ad nauseam, que cojones ha pasado con tu vida y de que te sirvieron todos esos estudios y tu actitud de rata de biblioteca si ahora estas aqui, con treinta años, viviendo con tus padres y sin trabajo, mientras escuchas algo de música en Spotify. Piensas en seguir leyendo el arco iris de gravedad, pero no pasas de la mera intención y lo máximo que consigues hacer es coger el libro del escritorio y dejarlo en la mesita de noche, para tenerlo cerca cuando termines con el ordenador. Pero nunca lo haces y el libro se queda alli, al lado de las gafas verdes sin graduar y la taza sucia con el cacao de la noche anterior y que hoy no has limpiado porque...¿para qué? tu propia suciedad no puede ensuciarte de nuevo: aplicas un perezoso eterno retorno.
Y ya por la tarde, cuando ya ha pasado el tiempo correcto para hacer algo y mientras escuchas a Jacques Brel sientes un súbito escalofrío: quizá no seas capaz de amar como pensabas. Piensas en ella, sí, piensas en ella y en todos aquellos sentimientos, cenizas de llamas pretéritas. Demonios, esto es vivir: olvidar y recordar, recordar y olvidar, sin tener la capacidad de elegir que recordamos u olvidamos. Estas fuera de control y mientras tanto la vida pasa, y te haces viejo y te encuentras cada vez más lejos de aquellos sueños que cada vez con más claridad se muestran como distracciones de la mente más que como verdaderos proyectos que pueden hacerse realidad.
Y de repente, consideras una estupidez seguir escribiendo. Y entonces paras.
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