domingo, 16 de septiembre de 2012
Fun. No se puede vivir sin amor.
El otro día pensaba que estaba bien, e incluso me asustaba ver que todo salía según lo previsto, pero este fin de semana he tenido una recaída, una de las importantes. Vuelvo a sentirme solo y lejano, abandonado de cualquier piedad, de toda posibilidad de comunicación humana. Miro a mi alrededor buscando culpables, como si mis problemas fuesen un abrigo que me muero por tirar a la basura, pero no: el problema soy yo. Soy yo. Mi comportamiento se vuelve errático, lánguido, ridículo. Cada gesto silencioso es en realidad un grito de socorro, una llamada a la calma ( todo esta bien, todo esta bien). Pero esto no es una broma, está pasando realmente. Pierdo el control de nuevo y me siento a la deriva. No es fácil de explicar, pero tampoco siento la necesidad de pedir perdón. No, nunca más. Estoy harto. Harto de tener que parecer, de tener que sonreir cuando no me apetece, de hablar y de callar. En realidad todo me sobra, cuando, friamente, no tengo motivos para ello. Pero eso ya lo sé. De hecho, también sé que ahora, a la vez que estoy tratando de ser sincero, estoy de nuevo mintiendo, dominado por esta manía que me persigue, que convierte mis días en ferias ambulantes de monstruos y mujeres barbudas. Cuando me paro, los fines de semana, las tardes, los viernes, noto un huracán dentro de mi, algo que me arrastra hasta mi propia profundidad. Ya no tiene que ver con traumas infantiles, con novias que no me hicieron caso o con proyectos que no salen bien. Esto es otra cosa. Lucho contra la nada, contra la oscuridad. El pánico a morir, a hacerme daño. Hace unas semanas, aporreando la guitarra (sí, sigo sin saber tocarla) me hice una herida en el dedo con el que rasgaba las cuerdas: al verme la sangre, no quise curarme. La dejé ahí, casi me gustaba sentir el dolor. Como si no me importara. Eso se me pasó cuando empecé de nuevo la rutina. De hecho no sólo volví a mis cosas habituales, sino que fui capaz de entrar en un nuevo ambiente: me apunté a clases de boxeo. No es que sea el próximo Micky Ward, pero por lo menos hago ejercicio y, lo más importante, supero una barrera mental, esa que me impide contactar con gente nueva y someterme a situaciones que no he previsto antes. Cosas tontas, pero para mi, muy dificiles. Aunque no lo crea del todo ni todas las palabras que diga sean verdad, necesito expulsarlas, llevarlas lejos. Algunos días es agotador, realmente agotador ver a un extraño en el espejo, caminar con los brazos pegados y los ojos muy abiertos. No es cómodo darse cuenta de que no soy normal, de que no lo he sido y, posiblemente, nunca lo seré. El oleaje nunca para, jamás se detienen los golpes recibidos por las olas con forma de palabras, pensamientos, sueños, frustraciones, ideales...llámalo como quieras. Sin embargo, no quiero cambiar, quizá con la esperanza de que esta diferencia me lleve lejos, a un lugar tranquilo, sin el ruido de las convenciones y las aparienecias. Ultimamente estoy intentando recuperar mis versiones anteriores, volver a la ilusión que una vez sentí (no es que ahora no tenga ilusión, que sí, sino que quiero volver a "aquella" manera de ver el mundo) y a ese mal carácter. Bueno, esto requiere una explicación. Nunca he abierto la boca para nada, y luego me arrepentía. Nunca sabía como reaccionaba el mundo, pues no me relacionaba con él. Ahora estoy dando pasos en la dirección correcta: hablo y posiblemente cometa errores, pero no es algo por lo que sienta que deba pedir perdón. Me sienta bien recuperar mi pequeña parte salvaje. Una vez se lo decía a Mamá: no quiero que mi vida sea una vida cualquiera. Quiero que llegue cuando llegue el momento de morir, mire atrás y sienta que ha merecido la pena. No puedo llevar demasiadas alforjas si quiero que el viaje sea largo. Por eso no me arrepiento de nada. Me sienta de maravilla ser un poquito salvaje y subir las montañas por el lado que me plazca (normalmente por el lado dificil). Espoleado por mi pasado y por mi miedo, soy incapaz de parar y mirar atrás: vivo en constante huida, sin saber quién soy, hacia dónde me dirijo o que podrán ofrecerme estos nuevos días hacia los que me dirijo con energías renovadas. Acabo este post bastante más alegre de lo que lo he empezado: los exorcismos siempre me sientan bien. No escribo para nadie, ni para gustar, ni para informar, ni siquiera para ser leido. Escribo para mi, para ese unico público que me interesa, el invisible, el silencioso, el que teje las vidas de mil personas locas y las deja caer en el olvido. Para ellos escribo, fuera de tiempo, fuera de lógica, absolutamente incomprendido. Asumir que soy como soy es una labor ingrata, muchas veces dificil y llena de sombras, de días como hoy y ayer en los que parece que estoy perdido, que he naufragado y todo es un desastre. Pero no, hay que seguir remando, remando, puliendo la propia vida como si fuese un diamante, porque en el fondo, esa es su verdadera naturaleza, tan brillante, tan valiosa. De nuevo la revolución fracasada, la pregunta sin contestar, pero ahora convertida en oportunidad. Es un juego. Todo es un juego.¿Ves? No pasa nada si jugando a la rayuela te sales del cuadrado. Puedes volver a entrar. Siempre podrás hacerlo. El otro día perdí mi telefono y con él todos los números de la agenda: una señal inequivoca de cambio. Soy un depresivo con demasiados cambios de humor, pero ¿sabes que? me encanta serlo. Adoro este continuo buscar y encontrar. Lo que hace tiempo se me presentaba como algo terrible, el no tener a nadie que echar de menos, me parece una tremenda liberación ahora. Estoy en plenas facultades, listo para coger las riendas de mi propia locura (destructiva, adorable, creativa, peligrosa, silenciosa, excentrica, triste, genial, oscura, vital, alegre e imprevisible) y viajar muy muy lejos, con o sin compañía al lugar en el que poder escribir mi nombre en el agua. Ojalá el objetivo de mi vida sea lograr ser feliz.
Este es uno de mis temas favoritos recientes: el valle inquietante. Ya lo explicaré otro día.
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