martes, 16 de abril de 2013
Disappear here.
Estoy encerrado en mi despacho. Me da miedo salir. Tengo cosas pendientes en la fotocopiadora, pero no quiero salir. No quiero arriesgarme a tener que hablar con alguien en ese espacio de cinco segundos entre la máquina y mi mesa. Me da miedo la gente. Cada vez más. Me dan miedo muchas cosas: la oscuridad, y los ruidos. Esos ruidos. Un pequeño crujir de mi cama. El silbido del agua en la manguera rota del jardín. La sensación de que alguien ha entrado en casa. Pero no hay nadie. No pasa nada. Nunca. Silencio. Y no puedo dormir. Mi habitación cada vez está más sucia, con más libros amontonados y las bolsas de los libros y los tickets de los libros y todos mis vaqueros viejos apelotonados en un rincón, y mi figura de Napoleón al filo de la mesa, a punto de caerse cuando el perro entra con ganas de jugar y lo lame, y las zapatillas de vaca sucias encima del mueble más alto para que el perro no las coja cuando entre con ganas de jugar y todas las demás repeticiones que veo todos los días. Ayer hablé con mi padre. Lloró. Es una mierda ver a tu padre llorar. Y lo es aún más cuando ni siquiera puedes verlo y tienes que conformarte con oirlo. Es una mierda comprobar que no es nada especial, sino que sólo es otro hombre más que sufre. Pensaba que su debilidad sería diferente, pero es idéntica a esa debilidad que siempre he tenido en mente. Es un dolor demasiado normal. Y yo querría que fuera distinto, que fuera sólo mio y que no lo pudiera comparar con el dolor de los demás. Quiero apropiarme del dolor, para que nadie se crea en el derecho de darme consejos porque "yo también pasé por eso". He visto llorar a mi padre demasiadas veces en demasiado poco tiempo. No me gusta. No me gusta sentirme tan vulnerable y tan lejano a la vez, pensando en mis propios problemas. Odio a la gente y la necesito, la odio y la necesito y me canso, es agotador, odiar y necesitar a la vez. Busco en internet antiguos conocidos, pero ni siquera me acuerdo de nadie: no tengo a nadie a quien echar verdaderamente de menos. Y no estoy de ánimo para conocer a gente nueva. Sólo puedo esperar que pasen los días, y que no pase nada raro y que, joder, joder, que cambie algo porque me ahogo, porque todo es demasiado igual, las caras, las palabras, las expectativas, los temores: son iguales y eso es aburrido. Llevo una semana seguida comiendo y cenando tallarines a la carbonara de sobre por la simple razón de que no me apetece cocinar y por la simple razón de que me hace gracia pensar que es comida de soltero y por la simple razón de que están buenos y por la simple razón de que son baratos y entonces me doy cuenta de que en mi vida hay demasiadas razones simples, que me faltan razones verdaderamente importantes para hacer algo en mi vida, pero sinceramente no sé donde buscar, o si tengo ganas de hacerlo. Supongo que los problemas me vienen por el miedo a la gente, por el miedo a tener una vida normal y feliz y con un perro y todo eso, pero no quiero ir al psicologo a hablar de todo eso. Ya fui. Y él no me dijo nada. Sencillamente se sentaba ahí delante con cara de aburrido y yo me limitaba a temblar y a mirar al suelo contándole algo sobre mi fobia social, intentando justificar los cinco minutos que el tipo me concedía. Pero creo que también he contado esto en otra ocasión, y ya no sé que cosas nuevas puedo contar: no dejo de imaginarme cómo sería todo si fuera diferente, si no me hubiera dado miedo ir a jugar a casa de otros niños cuando era pequeño o si alguien hubiera venido alguna vez a mis cumpleaños. Me limito a caminar, unos días con más humor que otros pensando siempre en lo mismo o no pensando nada en absoluto, pero eso me cuesta, porque siempre le estoy dando vueltas a cómo puedo contarle lo mismo a otra persona diferente, o la misma, en un intento de imaginar cómo sería mi vida si fuera contada por un extraño. Hace calor, demasiado, y yo no lo soporto bien, pero hoy me he puesto un jersey y el abrigo más pesado que tenía. Al salir lo pasaré mal, pero para eso faltan todavía unas cuantas horas. Acabo hablando de cosas insignificantes pretendiendo que en el fondo no lo sean, como si al hablar de mi abrigo y del calor estuviera diciendo algo verdadero sobre mi. Es idiota. Lo sé. También sé que no debería quejarme tanto. Y sé que no puedo dejar de hacerlo. Demasiadas contradicciones. No me gusta ordenar nada, especialmente mi vida, sólo la dejo que vaya por donde quiera. Últimamente reconozco que he perdido el control. Y es que no sé como llevar esta situación o esta manera de vivir, me da la sensación de que se están rompiendo demasiadas cosas, más de las que soy capaz de arreglar ahora. Tendré que conformarme con las ruinas, con los recuerdos mal construidos y con todas esas cosas que podrían hacer mi existencia un poco más entretenida. Y me avisan por mensajes, para quedar, para salir, para tomar algo, como si eso sirviera, como si emborracharme y vomitar y quedarme dormido y levantarme con dolor de cabeza o imaginar que me follo a cualquier tia cojonuda, o no tan cojonuda pero que se deje hacer fuera algo bueno. O algo útil. Y muchas veces pienso que no estoy solo, que hay mucha gente igual de triste que yo, con mis mismas experiencias, o parecidas, o distintas pero que quieren escucharme, pero no quiero relacionarme con ellas, no quiero que mis palabras dejen de ser privadas, que mis angustias puedan solucionarse, que no dé el nivel exigido de ingenio o intelecto para ser considerado interesante. Quiero estar tranquilo, y encerrado, y alejado de todo lo que signifique compartir, aunque eso signifique perderme demasiadas cosas. Da igual. Ya estoy demasiado lejos como para desandar el camino. No tengo ni idea de hacia dónde me dirijo, pero no me queda otra que seguir avanzando. Aunque a veces pienso que no avanzo y que lo único que hago es quedarme quieto, pensando en moverme, en hablar, en cómo serian las cosas si las hiciera de otra manera, si en lugar de decir lo que digo dijera lo que tú esperas oir y otras cosas por el estilo. Y no me quiero morir, no de esta forma, olvidado, sin ser querido, sin que nadie me diga te necesito, quiero hablar contigo, me gusta tu compañia, te quiero, te odio, sin que nadie me diga nada, sin ser más que una persona genérica que una vez se cruzó contigo pero que pronto olvidaste. Me da miedo caer en el olvido, sentirme rechazado, sentirme juzgado y abandonado. El fracaso. Por eso nunca le dije a Inés que me gustaba y cuando lo dije fue demasiado tarde y por eso dejé de hablar con Gemma cuando no fui capaz de decirle que me apetecía mucho invitarla a cenar o a tomar un café, porque en ella estaban todos mis años infantiles, aquellos tan horribles y que quería volver a escribir con ella, o con Mariona, a la que nunca he querido como a las otras, con la que la relacion es dificil porque sólo es por internet, porque tiene más opciones y puede salir y distraerse y me da envidia esa posibilidad de accion de entrar en ese juego en el que todos participan y en la que cada partida es diferente, me da miedo que deje de hablar conmigo por simple aburrimiento. Se lo he dicho y creo que mi profecia se cumplirá algún dia. Pero esto es volver a lo de siempre, a las chicas que no hablaron conmigo, porque no era lo suficientemente guapo o listo o pillo o malo o ingenuo o fuerte o salido o rico o alto o rubio o creido o agradable o sensible porque no era nada, simplemente una sombra. No puedo volver a hablar de lo mismo una y otra vez, porque lo que pasó está ahi, y no lo puedo cambiar, por mucho que me entretenga jugando a otros pasados posibles. Y el escote de la camarera de ayer, apretado con sus grandes tetas asomandose, y sus mallas negras, transparentando unas bragas grandes o un culotte pequeño, creo que negro, con grandes piernas y un culo redondo. Y alargo la primera pinta, no quiero beber mucho hoy, y entonces llega el encargado, que es el jefe de la camarera que también es su novio y yo me alegro porque el jefe no es el novio de la camarera que me gusta a mí, aunque no sé si ella tiene novio o no, seguramente sí, pero eso da igual, discuten y tiran cajas de carton al suelo, un vaso se rompe en la terraza y los dos se mueven a grandes zancadas con gran seriedad, sin dirigirse la palabra. A mi me da igual todo esto, pero prefiero esperar un poco antes de pedir otra pinta más. Por suerte llevo un libro en la chupa y me entretengo un poco. Esto es lo que significan los libros para mi, un sustitutivo social. Y entonces las cosas se calman y entra el jefe del encargado, que no sé si es su padre o simplemente su jefe, con su mujer pintada como una puerta, al estilo de la gente que tiene dinero y se cree en la obligación de demostrárselo a la gente y salen y fuman y después se van. La camarera le dice algo al chico gordo simpatico con peinado ridículo y pantalones cortos y mochila verde con una botella de agua y que se dedica a adivinar las canciones que ponen en el bar y éste se va. Ha ido a por cambio me dice a mi, y tambien me dice que la confianza da asco y que si sigo yendo por alli al final me mandaran a MÍ a por cambio y es entonces cuando yo pienso que eso tampoco esta tan mal y me acuerdo de la primera o las primeras veces que fui a ese bar, cuando tenía dos plantas y vi un striptease a medias de cinco tias rubias y cómo en aquel momento pense que no habría nada mejor que trabajar en aquel tugurio, rodeado de alcohol y tias buenas y más tias buenas diferentes y cobrar una mierda y despertarse con resaca o ir a trabajar con sueño, pero seguí estudiando y todo aquello se me olvidó y ahora estoy aquí, atrapado en una tesis que parece no avanzar, con mi padre en el hospital luchando por vivir y evitando los comentarios de los medicos capullos que se creen estrellas porque están en Valencia y tratan a la gente como números y no como seres humanos que sufren y que te dicen un dia una cosa y al otro te advierten de que las sonrisas sobran porque puedes morirte la semana que viene y que entran y salen sin decirte buenos dias y que te cambian la bandeja de la comida con esa comida de mierda sin ni siquera mirarte a los ojos, empujando la puerta con esos culos flacidos y feos mientras miran mascando chicle lo que tienes puesto en la tele de pago. A veces pienso que todo esto tiene que dar algún resultado, que en el fondo esto me conducirá a una paz total, en la que me case por la Iglesia con una buena mujer y tengamos algun perro y seamos buenos vecinos que ayudan a sus iguales y que discuten de vez en cuando porque ella tiene que corregir los planos de algun edificio y yo tengo que preparar una demanda para un caso de la semana que viene y no podremos ir a visitar a su amiga Rocio o Susana o Alejandra o como coño se llame. Con una familia política que me recuerde que ellos, a pesar de haber sido enseñados en las mejores escuelas y de haber tenido padres y abuelos con carreras, son gente amable y que pueden hablar de cosas sencillas y que no me dejen motivos para tomarles manía o para odiarlos, porque eso es lo que me gustaría hacer con ellos y con todas las personas que no han seguido el mismo camino que yo, con aquellos que siempre lo han tenido fácil y nunca han tenido dudas más allá de qué hacer con lo que siempre han tenido a la mano. Cuando son simpaticos es dificil odiarlos, y entonces me siento mal porque me siento un miserable envidioso, una lombriz enterrada en el barro que sólo tiene malos sentimientos, pero no los tengo, o quizá sí, ya no lo sé, es cosa del miedo, del miedo y me acuerdo de golpe de aquel chico joven, de 18 años, creo, que conocí una noche en la fiesta de despedida de Carina y que me dijo que estudiaba matemáticas y que cuando yo le dije que escribía mi tesis en filosofia me dijo que la filosofía necesitaba a las matemáticas y que recordara a Descartes, pronunciándolo bien, a la francesa "Decart", y que después se dedicó a lanzarle miradas inocentes a una de las alemanas rubias que nos acompañaban y a la que finalmente le dió un beso tan inocente como sus miradas y me acuerdo también de cómo aquella noche no me despedí de Carina porque ví a una tia de unos 40 años bailando en la tarima con un pendiente en el labio y un vestido corto negro y pensé que tenia opciones pero luego resultó que no, que pasó de mí y su amiga se puso entre los dos, su amiga negra y gorda también de la misma edad, que eran holandesas y que sus hijos estaban en el hotel y entonces, cuando me di cuenta de que había fracasado salí del bar y me dí cuenta de que había perdido el rastro de Carina y de sus amigas y de que mis posibilidades de echar un polvo aquella noche habian desaparecido y fue cuando volví solo a casa o a la esquina donde me recogerían o al sótano de la tienda a dormir o a cualquier otro lugar, ya no lo recuerdo. Carina volvió al verano siguiente, pero yo no fui con ella, porque en aquel tiempo una americana me estaba molestando bastante y porque, recuerdo, me dolía la espalda terriblemente y Carina se enfadó conmigo y yo me desilusioné de ella y acabé borrándola de Facebook, porque sentía que no me quedaba otra opción que enviarla a tomar por el culo. Se produce una desconexión entre mis sentimientos y mis gestos, porque soy incapaz de abandonar ese tono de voz un tanto agudo y de sonreir sinceramente cuando por dentro estoy hecho una mierda, soñando que puedo perder a mi padre (sueños en forma de palomas moribundas que me tapan todo el cuerpo y no me dejan moverme y es entonces cuando me fijo en que una de ellas es negra y de que son cuatro uno por cada miembro de mi familia y de que la negra puede ser mi padre, pero yo no quiero que sea él, yo quiero que vuele, que vuele alto y es entonces cuando se me ocurre una alternativa, la negra soy yo, cada vez más perdido en mis abismos y en esos eufemismos que uso para decir que necesito tener amigos porque me siento muy solo y muy triste y tambien una novia que me diga que me quiere y que quiera pasear conmigo y que me diga que le gusta como escribo y que me pida que le compre algun perfume y que sea un poquito salvaje y un poquito cursi y que de vez en cuando quiera hacer el amor conmigo) y lamentando que haga sol en la ciudad, porque no es esto lo que necesito, y porque me molesta ver a esos tipos en la calle usando los bancos como tablas de estiramientos, doblando sus rodillas y dando saltitos en los semaforos en rojo, ajustándose su visera y sus pantalones cortos y que saltan a las primeras de cambio, como un resorte, tan pronto se pone verde, empezando a trotar por todo el puerto, a ritmo ágil y vivo. Entonces cuando veo eso, saco un pitillo y lo enciendo de la manera mas macarra que se me ocurre, doblando un poco la cabeza hacia un lado y maldigo no llevar gafas de sol para poder estar mirandole el culo más tiempo a esa tia que ha pasado corriendo por mi derecha, con unos shorts rosas y auriculares. Veo toda su trayectoria, hasta que, al pasar por detras del barco pirata, le pierdo la pista. Allí delante el hotel, y la playa y la gente, cada vez más gente, y los niños con sus vasos de horchata y el chino de traje negro que esta sentado tocando algo parecido a un koto roto, o quizá es otro instrumento con una sola cuerda, pero no sé su nombre. Todos parecen felices, y seguramente yo también doy esa imagen, completamente integrado en esa felicidad corporativa de la que la primavera nos hace participes, pero exagero, como siempre, lo llevo todo a un tamaño demasiado grande, o demasiado pequeño, distorsiono mi propia vida, aunque tambien pienso que eso no está tan mal, que no me queda otro remedio y que, en cierta manera, es divertido hacerlo, porque así puedo imaginar qué me dirías si nos hubiéramos conocido en otras circunstancias o cómo serías y cómo disfrutaría la gente de mis relatos, como ese llamado "El robo" que no me atrevo a escribir, por más que tenga más que pensado el inicio y el final, faltándome sólo el intermedio, pero los nudos son lo de menos, lo que importa es lo que fuimos y lo que seremos, y todo lo demás es simple casualidad, o remordimiento, o comodidad pero a veces uno piensa que precisamente es de ahi de donde no podemos salir, de donde no deberíamos hacerlo nunca, alargando los nudos y haciendolos grandes, cada vez más grandes para involucrar en nuestro pequeño drama a cuantas más personas mejor, o para expulsarlas, lo mismo da. Como ese gilipollas, así con todas las letras, que me dijo que vendría a mi recital y que no vino y que me dijo que me enviaría informacion sobre su revista y que no la envió y que me dijo que se alegraba de verme aunque no lo hizo ( creo que esto ultimo fue lo que hice yo). Me quedé con ganas de enviarlo a la mierda, pero no he tenido esa oportunidad, ese tren paso y él seguirá encerrrado de por vida en ese último curso que se llama "acabando la carrera" que suele tener una duración exponencial. En fin, casi nadie es importante, pero casi todos somos necesarios. Y es que no quiero acabar suplicando amor de una desconocida, ni llorando por buscarlo y no encontrarlo ni por recurrir a internet o no recurrir a nada en absoluto ni por pensar que hoy sí, hoy será diferente ni por creer que puedo cambiar solo. No quiero ser así.
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