domingo, 16 de agosto de 2015
Rothko.
A estas alturas, Dasha ya es cosa del pasado. No la echo de menos y no espero nada especial a partir de septiembre, cuando regrese a Alicante y ambos continuemos con nuestras vidas. A menos que tenga un día especialmente triste o desmotivado, no tengo nada que decirle, más allá de los consabidos lugares comunes que, por desgracia en este caso, tienen un recorrido bastante corto. Estoy arrancándome a tiras la piel muerta de mi pasado, a pesar de que en algunas zonas se trata de un proceso bastante doloroso. Dasha es lo de menos, el ultimo punto, la gota del vaso colmado, dolió al principio, sí, no voy a negarlo, pero visto con la ventaja que siempre da el tiempo, confieso que fue un daño bastante superficial. Supongo que, intentando ver la parte positiva de todo este asunto, el affaire Dasha me ha permitido hartarme de uno de mis errores favoritos: suplicar ser querido. Tras ella, y no niego que posiblemente de una manera precipitada y, también, obligado por las circunstancias, estoy aprendiendo, por fin, a tenerme algo más de estima. Laura también es otro capítulo que he de cerrar, por fuerza, por necesidad, por lo obvia que resulta su postura, por no ofrecerme más que una mirada mórbida a un pasado que jamás ha de regresar. Aún tengo su numero en whatsapp y aún está entre mis contactos de facebook, pero mucho me temo que si la elimino tanto de un sitio como de otro, no me echará de menos. Bueno, me dio algunos momentos bonitos, eso no puedo negarlo, pero es el momento de pasar pagina al fin. Y mientras escribo esto, tengo el teléfono a mi lado, pensando en limpiar de nuevo la pequeña agenda, no tanto para eliminarlos a ellos como para borrar esa parte de mi mismo que aún los echa de menos. Incluso pienso en cambiar mi numero de teléfono, pero eso es demasiado, sí, es demasiado o por lo menos es innecesario de momento. Dasha y Laura, ellas dos, últimos episodios de mi tristeza por etapas, de mi incapacidad relatada, de mi miedo e inseguridad. Y sueno demasiado inmaduro todavía, dándoles carta de importancia a personas que solo han pasado por mi vida, sin intención alguna de echar raíces, de conocerme mejor o de darme la oportunidad de hacer lo mismo. No tengo que seguir lamentándome. TENGO QUE OLVIDAR. Aunque muchas veces eso resulte imposible, inenarrable, como si el olvido en si mismo no existiera, siendo únicamente un descuido de la memoria, que aún lo guarda todo, sin dejar nada pendiente de anotación. Ahí está todo, dentro, creciendo, muriendo, pero jamás desaparece, quizá después de enterrado el pasado tiene aun muchas vidas o una sola vida pero diferente, por desarrollar. Me intimida el caudal infinito de estos recuerdos que hoy estoy intentando dejar atrás, aun a sabiendas de que se trata de una tarea por definición, imposible, como si intentara abarcar entre mis dedos toda la arena del mundo o intentara ver con mis propios ojos, pequeños, ridículos, escondidos y parciales la inmensidad de un cielo sin nubes. Las heridas deberían de ser puertas hacia otra dimensión, hacia otra manera de entender aquello que nos rodea. Y en ocasiones, como por ejemplo ahora, asediado por la necesidad, por el sabor del fin de este presente tan mío que ha significado toda mi vida, no queda más remedio que atravesar descalzo las brasas de esas heridas que en muchas ocasiones siguen abiertas. Y es tal el dolor que el único remedio posible es esconderse tras el lenguaje: hacer mención a lo que ha pasado únicamente con eufemismos, pintando el dolor con colores más claros, reduciendo la densa niebla a un leve humo. Intentar palpar sin tocar, decir que se sabe, sin dar detalles, eso es una herida, y no existen demasiadas maneras de referirse a ella o por lo menos demasiadas maneras útiles, y si digo todo esto es para alargar lo que seguramente sea el corte más profundo que me han dejado estos años, la certeza más evidente de mi fracaso, de mi parálisis vital: la universidad. Quiero ser completamente sincero, no dejarme nada, decir la verdad de los hechos, sin pretender ser imparcial, ya que siempre y en todo momento, contaré no lo que pasó, sino lo que a MI me pasó. ¿Hasta que punto esto es útil? No lo sé, pero la utilidad deja de ser relevante cuando se llega a ese momento en el que la única alternativa al cambio es la muerte. Y ni siquiera tiene mucho sentido dar los detalles, no, porque lo que me llevo son las experiencias, los momentos, más allá de elementos ciertos que pueda compartir con alguien más: la progresiva eliminación de mi autoestima, el sentir que no estaba haciendo bien mi trabajo y la falta de ayuda para corregir esto pueden ser tres puntos importantes, aunque no los únicos. Se mezclaron muchas cosas también, nunca he sido una persona que socialice con facilidad, de pequeño siempre he jugado solo, aprendí mecanografía usando chats que me obligaban a responder rápido para no paralizar el ritmo de una conversación y por lo general, acostumbro a no promover el contacto con otras personas, cosa que no significa que no lo necesitara, sino que simplemente he sido lo suficientemente tímido como para no tomar nunca el riesgo de intentarlo. Me pasó en el colegio, me pasó en el instituto, en los últimos años de bachillerato, en la universidad y en el primer máster que hice tras terminar la carrera (y en los otros másters que hice después). Lamentablemente, esta manera de ser tan mía que no defiendo ni alabo, sino que simplemente defino fue malinterpretada como una muestra de desidia o de falta de interés en formar parte de un grupo. Entiendo que fuera así, de verdad. Mas de una vez he imaginado como vería mi propio comportamiento si fuera otra persona y no me cuesta reconocer que la empalizar conmigo es una empresa bastante difícil de aceptar. Pero esperaba que las cosas cambiaran, esperaba encontrar personas, maestros, que significaran una influencia decisiva en mi vida, esperaba poder cambiar gracias a ellos, pero posiblemente me equivoqué al albergar un deseo de este tipo. Llegué a un escenario complejo, ya organizado hacia décadas, en el que las costumbres y los asuntos ya tenían su propio ritmo y al que, necesariamente, tenía que adaptarme. No sucedió así. Nunca he sido amigo de charlar con nadie en mis horas de oficina. Ese era uno de los mayores atractivos que encontré cuando estaba valorando empezar mi tesis: era un trabajo solitario, que podía desarrollar sin la ayuda de nadie, no necesitaba socializar ni ser forzosamente simpático ni nada por el estilo. Podía construir mi propio mundo y vivir en el. Nada más. Realmente, no quería nada más. Las cosas en casa empezaron a ponerse difíciles con el diagnostico de mi padre: se estaba muriendo. Necesitaba un transplante de medula ósea. Bueno, no conté nada a nadie, pero los cambios empezaron a notarse: asistía menos a la oficina, y mi rutina empezó a cambiar, a partir de la primera corrección (escribí una especie de resumen de lo que serían los dos primeros capítulos de la tesis en mi primer verano como becario, resumen que jamás, a pesar de lo que pensaran mis directores, jamás pretendí presentar como capítulos terminados) le tomé miedo a presentar cosas nuevas, puede parecer un detalle naíf, pero siempre había hecho bien las cosas, siempre había destacado, y el hecho de que me dijeran, sin paliativos, "esto no sirve" me afectó,subconscientemente, de una manera terrible. Escribía y escribía, pero siempre con el fantasma del fracaso silbando en mi nuca. Hasta que ingresaron a mi padre en Valencia. Tenía un donante, un italiano, y el transplante era inminente. Aun recuerdo el día que nos despedimos. Estuvimos serios, comiendo en una tasca que había a un par de calles del hospital, la despedida seria, silenciosa, no hablábamos del tema, pretendíamos tomárnoslo como adultos, aunque estábamos acojonados, muertos de miedo. El terror estaba allí, frente a nosotros, vestido de un martes normal. Mis padres se quedaron aislados en un cuarto del hospital, protegidos de las bacterias del exterior y mi hermana y yo vivimos solos en casa. Empecé a fumar casi a cualquier hora. Estaba nervioso, triste, tenía miedo y dejé de escribir. No podía hacerlo. No salían las putas palabras. Y también empecé a beber. Todas las tardes iba a un pub y bebía pintas. Al principio trataba de engañarme a mi mismo llevándome un libro, el paraíso perdido de Milton o el desayuno desnudo de Burroughs, pero al final dejaba el libro en casa y solo iba allí, a sentarme en un rincón a beber. Empecé por dos pintas en días alternos y fui aumentando a tres pintas en días alternos y después a tres pintas en días consecutivos y después a cuatro pintas en días consecutivos y después a cinco pintas en días consecutivos y después a beber hasta vomitar al volver a casa. A más alcohol, menos me importaba todo y empezaba a hablar con la gente que veía allí, con las camareras, de las que me hice amigo de las que, pasado todo este tiempo, guardo el mejor recuerdo posible, tanto que a día de hoy, una de ellas, Jara, es una de mis mejores amigas. En un seminario me dijeron "tu estás más gordo" y aunque sonreí, no me hizo gracia, era solo el defecto externo de un dolor mucho más grave que no se veía y que nadie se atrevió a preguntar. Cierto es que al final se me debió notar tanto que tuve que contar que mi padre estaba ingresado. Afortunadamente hubo quienes me preguntaron y es verdad que lo agradecí, pero sin animo de ser injusto, quizá hubiera necesitado algo más, una mano en el hombro mejor que una pregunta, y, no se, aunque objetivamente las personas que me preguntaron seguramente lo hicieron con buena intención y estoy agradecido por ello, su interés no me sirvió para dejar de beber o para dejar de sentirme triste. Mi padre volvió, después de haber estado a punto de morir, transformado en una especie de cadáver que se movía. Todas las semanas iba a Valencia a una revisión y después cada dos y después de una manera más gradual que empeoraba o mejoraba según le iban modificando la medicación. Durante el año siguiente, aparque voluntariamente mi tesis (escribía fragmentos, solo a ratos) para cuidar a mi padre. Conocí cosas de mi mismo y vi e hice cosas en esos meses que jamás me hubiera gustado conocer ni ver ni hacer y las preguntas en la oficina se volvieron más de rutina que nunca. No les culpo. No me molesté lo suficiente en empalizar con ellos durante el primer año como para que sintieran algo más que educación por mi en aquella época. Me invitaron a la cena de fin de máster y yo acepté, como una manera de simplemente dejar de pensar en todo lo que me estaba sucediendo, de dejar de pensar en mi mismo, en mi padre, en el alcohol y en mi aumento de peso y en mi tristeza y en mi soledad y en el fracaso de mi tesis y en todo eso y cuando llegué la primera frase que me dijeron fue "no has venido ningún día al curso ¿y vienes a la cena?" y a mi solo se me ocurrió sonreír y pedir perdón diciendo que si no había ido era porque estaba cuidando a mi padre, cuando en realidad lo que tendría que haber hecho habría sido mandarlos a tomar por el culo, porque si realmente no sabían que no estaba yendo ni a la universidad ni a sus clases (a las cuales ya había asistido el año anterior cuando fui alumno de ese máster) porque estaba ayudando a mi padre a limpiarse el culo o a levantarse de la cama porque no podía caminar, lo único que me demostraban era lo horribles que eran. Sí, ahora, con el tiempo, me arrepiento de no haber sido más radical, de no haberme defendido más en aquellos momentos. Lo mismo que cuando me citaron en un despacho para decirme que alguien se había quejado de mi "higiene personal" y a mi solo se me ocurrió avergonzarme y decir que no entendía como era posible si yo me duchaba todos los días, cuando en realidad tendría que HABERLOS ENVIADO A LA MIERDA por aquellas nimiedades, porque en esas semanas mi padre estaba luchando por vivir y yo estaba solo en mi casa sin amigos con quien hablar, sin nadie en quien apoyarme y suicidándome por etapas en la barra de un bar como para preocuparme de semejantes tonterías, pero claro, "te lo reconozco, con esto se vive muy bien y tu estás en un terreno inestable" fue lo que me dijo uno cuando estaba preguntando si había posibilidad de empezar una beca allí y al parecer no tienen demasiada buena memoria porque de eso no se acuerdan pero si se acuerdan de que elegí el tema mas difícil de su revista para escribir un articulo (Sobre la libertad, de Jan. R. Luckmann o algo así) y claro, yo ya no tenía la autoestima suficiente como para defenderme o tan siquiera quejarme sobre aquello. Solo escuchaba, callaba y al llegar a casa, lloraba. Y así gasté el tercer año, cada vez más olvidado, relegado, infravalorado, cada vez más convencido de que no encontraría a ese MAESTRO que me cambiara la vida, que me inspirara, más seguro de no haber sido seducido por aquella rutina. Era un outsider, un extraño. Y hubo cosas buenas, sí, los viajes a Italia y mi estancia en Escocia, pero visto con perspectiva, Italia sólo me permitió conocer ciertas costumbres no ejemplarizantes en los profesores que tanto había admirado antes y Escocia fue especial por mis amigos, no por la experiencia académica, que no pude empezar hasta que transcurrió un mes y medio de mi llegada, después de muchas quejas y lamentos y que tuve que terminar a duras penas, haciendo trampas para entrar en la biblioteca general de la Universidad para imprimir todos (por suerte no me dejé ninguno) los artículos que tenían allí. Sí, Escocia siempre estará en mi corazón por mis amigos, por haber sido la primera vez en mi vida que me sentía querido y por haber encontrado personas que me echaron de menos y lloraron cuando me fui. En ellos están mis recuerdos, a ellos son a los que echo de menos a diario, aquellos paisajes, mi pequeña habitación en el 23 de Cluny Drive, Sainsbury's, el concierto de Laura Marling, Bonfire night y Love Actually, sí, extraño mucho aquellos meses en los que estuve cerca de mis amigos y lejos de todo lo demás. Pero tuve que regresar, sí, y la rutina pronto volvió a tomar su lugar, de una manera mucho más agresiva que antes. "Ya nos contarás que tal tu experiencia por allí, ya te preguntaremos". Pero nunca preguntasteis, nunca os interesasteis por cómo lo había pasado, ni fui recibido con una especie de cariño, alternándose el "ah, hola" con el "¿te quedas o vuelves?". No me dolía, pero tampoco me ayudaba a recuperar mi confianza. Las reuniones de revisión se hicieron cada vez más odiosas: realmente no me gustaban y solo en una ocasión me dijeron "no está mal, sigue así". En las demás: caos. Incluso una vez lloré delante de mis directores. Me dijeron que me tomara el día libre, pero no se trataba de eso, no, no era eso. Y los compañeros me resultaban insufribles, por lo que decidí empezar a acumular libros en mi mesa y a tratar de escribir mientras escuchaba música, por lo general Steve Reich o Beethoven. Me encerré más que nunca en mi propio mundo, si necesitaba fotocopiar algo, esperaba a ultima hora, cuando todos se iban a comer para poder salir sin el miedo de cruzarme con nadie y tener que sufrir como se me aflautada la voz y respondía aparentando que todo estaba bien y que era feliz. Al volver de Escocia, sin embargo, empecé a tener ataques de ansiedad: había pensado en independizarme al regresar, ya que no quería perder aquel intangible (la independencia, la libertad, el aire fresco) que había ganado en Edimburgo, pero mi padre aun no estaba recuperado, por lo que decidí quedarme en casa. Y las cosas en la universidad eran igual que siempre, tanto que empezaba a asfixiarme aquel ambiente, que no me ofrecía alicientes, no, no estaba cómodo, y una noche tuve la tentación de cortarme las venas con un cuchillo en la cocina, mientras fregaba los platos. Estalle en llanto y mi madre y mi hermana me abrazaban, intentando ayudarme, pero no podían. Decidí ir a una psicóloga que en la primera (y única, nuevamente el niño solitario, que decide hacerlo todo por su cuenta) sesión me dijo que tenía rasgos de síndrome de Asperger. Y ese fue el punto de no retorno: en el tercer año de máster acudí a dos conferencias, tenía pánico de las multitudes: trataba de llegar un poco tarde, cuando todos estaban ya sentados y me marchaba en el turno de preguntas, cuando aun estaban sentados. No quería hablar con nadie, me sentaba en ultima fila con los hombros encogidos apuntando cosas en mi libreta, interesado (cada vez más) en la filosofía. Me enviaron un mensaje, preocupándose por mi, quizá estaba encallado en mi tesis y necesitaba ayuda, no lo sabían bien. Y cometí el error de confiar en una de las profesoras, a la que le conté absolutamente todo, desde mi recién diagnostico de Asperger a mi intento de suicidio, mi fobia social y la situación en casa con la recuperación mas lenta de lo normal de mi padre. Y eso se volvió en mi contra cuando me dijeron que ni siquiera sabían si estaba en España y que claro, como no hablas con nadie no sabemos nada de ti y yo solo pude asentir y molestarme y entonces todo cambió, nadie, absolutamente nadie hablaba conmigo, y cuando entraban al despacho común en el que estábamos todos los becarios ni siquiera abrían la puerta del todo para no tenerme que saludar y yo hacia como que no me daba cuenta, pero me daba cuenta de absolutamente todo y decidí dejar de ir a los seminarios, porque quería únicamente trabajar en mi tesis pero lo único que me decían era que no me iba a dar tiempo a terminarla, que me buscara un plan B, porque no iba a conseguirlo y era como una gota malaya, porque en lugar de encontrar ánimos solo encontraba personas que me pedían que abandonara, que lo dejara, pero no lo dejé, y aunque efectivamente (y aunque me da mucha rabia concederles ese punto) no he terminado todavía, voy a seguir escribiendo. En la ultima reunión lo volvieron a intentar, pero me enfade, por fin, después de cuatro años conseguí verbalizar y no llorar y me dijeron que estaba intentando transferirles la culpa y que en 40 años de experiencia no habían encontrado a nadie como yo y que no sabia escribir y que mi opinión no les importaba y el caso es que conseguí responder, exactamente no recuerdo bien el qué, pero me di cuenta de que aquello había acabado, que en ellos no iba a encontrar el apoyo que necesitaba, que no eran los maestros que imagine al empezar y que el cambio personal llegaría, sí, pero no gracias a ellos. Tengo mucha culpa de lo sucedido, muchísima, ahora lo veo claro, ahora, al comparar mi comportamiento con el del resto de becarios me doy cuenta lo mucho que he torpedeado mi vida académica, que quizá nunca llegue a consumarse o por lo menos nunca llegue a hacerlo por los cauces habituales. Todos aquellos tiralevitas, aquellos verboslentos y demás lameculos hicieron lo correcto, no alzaron la voz y dejaron bien claro que las únicas ideas valiosas eran las que recibían de sus maestros. Felicidades. Lo habéis conseguido. Y ahora, cuando ya estoy fuera, prácticamente deshauciado y cuando la versión oficial dirá que solo fui un tipo que se aprovechó de una beca sin hacer nada más, ahora que nadie espera nada de mi, es cuando soy capaz de sonreír otra vez. Ahora veo los caminos más claros y ahora se que la filosofía me gusta demasiado como para vivir de ella, que jamás seré un funcionario y que siempre pondré en juego todo lo conseguido, porque en esos nuevos terrenos, en los nuevos estudiantes está el futuro de un proyecto más grande que una vida. Hablo con palabras grandilocuentes, lo se, pero me parecen las únicas posibles, las únicas que pueden hacer justicia a mis sentimientos. La herida sigue abierta y aun duele al recordarla, pero a la vez, es el motor del futuro, ya que me ha permitido poner una linea de cal a ese lugar (físico y emocional) al que jamás volveré. Underdog, don't look back.
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