No te puse en mi lista de deseos. Mi hermana escribió los suyos, mi madre también y mi padre no escribió nada. Las tradiciones, ya sabes. Pero no quise incluirte en ellas, en algo tan superfluo. Eres ese secreto que no le cuento a nadie. Este amor se alimenta únicamente de mi voluntad. Sería egoísta pedirte que tú también me quisieras. No puedo exigir tanto. Quererte en la distancia, de manera incondicional, sin esperar nada a cambio. Te quiero dándote las gracias y conformándome con lo que para los demás serían migajas. Es difícil: no recomiendo amar así. Quererte es tener fe. Pensar con el corazón y abandonar toda reflexión acerca de lo estúpido que es tenerte tan lejos, como un espectro. Hablamos idiomas diferentes. No importa. Quererte es encender la herida de la despedida a diario. Recordar que no pude despedirme de ti como hubiera soñado, como en las películas, corriendo al aeropuerto y dándote un beso antes de que subieras al avión. Me quedé plantado, en cambio, en la calle, sin saber que hacer: intranquilo y cobarde. Y solo me has dejado recuerdo y distancia. Con esos materiales, débiles, quebrados, tengo que construir tu amor. En el desierto, siendo el punto de referencia que me permite volver. No perderé mientras tu existas. Tengo demasiadas cosas que contar, y muy poco tiempo. Muy poco.
Entonces vuelves a escribir. Y respiro de nuevo.
Este amor que no me deja morir me matará.
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