viernes, 4 de enero de 2013

Au revoir! (Howl)

Tengo prisa, como ya he dicho días atrás. Por lo pronto, me propongo escribir en un mes más que en todo el año anterior. 16 posts. Tampoco es tan dificil. Mi proverbial pereza parece que se aleja, aunque ya sé que no lo hace del todo. A veces me cuesta encontrar temas de los que hablar, ya que siempre acabo hablando de lo grande o lo pequeño que me resulta mi ombligo o, peor aún, hablo sobre lo dificil que me resulta hablar. Estas líneas son un ejemplo claro de ello. O también, ahora que lo pienso, podría hacer mención a mi necesidad creciente de superstición, que es una variante de mi manía o mi falta -fluctuante- de fe. Hoy he soñado algo curioso: me entregaban varias fotografías ( creo que eran cuatro) de mi mismo y en una salía sonriendo, cosa bastante extraña en mi, más que nada porque me cuesta dios y ayuda salir reconocible en una foto. Supongo que le pasará a todo el mundo, pero me veo más guapo por las mañanas, cuando me veo en el espejo que cuando hay que ponerse la careta social para certificar que lo estás-pasando-muy-bien-en-vuestra-compañia. En fin, cosas del directo, supongo. Pues el caso es que esta mañana he buscado en mi libro de interpretación de los sueños cual era el significado de mis delirios nocturnos, cuando no he podido dormir del todo hasta que he escuchado los pasos de mi hermana al volver por la noche. Teniendo en cuenta que las fotos estaban en color y que me las entregaban a mi ( hay que tener en cuenta estos pequeños detalles, ya que la interpretación puede ser muy diferente si, por ejemplo, la foto era en blanco y negro o si era yo el que se prestaba a ser fotografiado) la conclusión era que iba a conocer a alguien especial y, claro, ante ese panorama mi corazón ( agarrense, vienen curvas) no puede dejar de sonreír. Lo reconozco, me conformo con poco. Me vale la expectativa del amor, la imaginación, más que el amor mismo, que no se gestionar. No sé como actuar frente a una persona que me dice que me echa de menos o que me quiere. Simplemente me bloqueo, me traslado a mi infancia, a esos días en los que Cristina pisaba las margaritas que recogía de mi jardín o cuando Merce dejó de hablarme después de haber intentado hablar con ella por la calle (ahora que lo pienso, fue una escena un tanto cómica: ella había salido un poco antes de clase y su casa estaba al lado de la tienda en la que trabajaban mis padres, asi que, por lo general, tomábamos el mismo camino de vuelta. Pues bien, aquel día, la vi a lo lejos, asi que aceleré el paso para poder saludarla. Llegué exhasusto, así que mi cara no mostraba su mejor expresión, a lo que hay que sumar que era un día de frio, por lo que vestía con un grueso abrigo marron y un corro que apenas me dejaba ver por donde andaba. ¡Merce! le dije. Ella se giró, en el mismo instante en el que alguien me decía ¡Isi!. Era mi padre. En mi frenesí por llegar a mi amada, no me había dado cuenta de que mi padre me esperaba en la misma esquina. Entonces, justo en ese momento, Merce se giró, nos vió a los dos y girar la cabeza y huir fue todo uno. Desde entonces, yo perdí dos placeres: que mi padre me esperara al salir del colegio, un lujo no despreciable teniendo en cuenta los pocos amigos que tenía por aquel entonces y que mi amada volviera a dirigirme la palabra). Por terminar con este tema al que me parece que le estoy dando más importancia de la que tiene, sólo decir que vi hace poco a Merce, como dependienta de una tienda de ropa juvenil. Nos reconocimos mutuamente, fruto de miradas, primero casuales y luego furtivas, pero ninguno nos dijimos nada. Supongo que la ocasión de fingir alegría por el reencuentro ( y las consabidas preguntas sobre su vida, obra y milagros) llegará en un momento u otro, ya que, para bien o para mal, soy en cierta medida esclavo de la moda y acudo a esa tienda con cierta regularidad. Soy consciente de que me quedo clavado en pequeños detalles, que los magnifico sin razón, pero cuando el único material con el que uno cuenta es su propia vida a veces hay que exagerar algunos detalles, a fin de resultar (consuelo de tontos) entretenido. Mi infancia y mi soledad son una especie de Escila y Caribdis por las cuales trato de transitar, resultando, por lo general, un fracaso, ya que siempre acabo hablando de lo mismo. Dos polos generadores de energía, pero a la vez de tristeza. Y es que siento una especie de especial morbosidad por mis propios temores y sufrimientos. Me asomo a mis abismos, poniéndome al límite, casi puedo sentir la fuerza de atracción, una especie de gravedad esencial que me atrae a mis epocas tristes. Hoy estoy bien agarrado a no sé bien qué ( bueno, sí lo sé: mi ambición o quizá la necesidad de contar todo esto), pero mi verdadero hogar es ese: mi soledad es mi reino. Es dificil de explicar, porque en ocasiones las penas superan a los placeres que esta me proporciona, que suelen ser pequeños y esquivos. Sin embargo, soy incapaz de renegar de ellos. Por lo demás cada día me siento más seguro con mi tesis ( horas preciosas se acercan) y Ubú no se va de mi mente. Además, los poemas parece que están ahi, llamando a la puerta. Supongo que es hora de abrirles. Otra frase que se me ocurrió ayer antes de dormir ( desconozco de dónde viene esta propensión a pensar de noche: bueno, sí, sí la sé): El destino te está haciendo llamadas perdidas. Es hora de que cojas el teléfono. Como frase es cutre, lo sé. Pero en cierta manera, como individuo yo también lo soy, asi que quedamos empatados. Jacques, mi querido Jacques Y Scott Walker ( sí, el de Tilt, The Drift y Bish Bosch) en plan exégeta para Albión:

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