jueves, 11 de julio de 2019

Twin peaks

Siempre lo he sabido: la soledad y la tristeza nunca desaparecen. A veces me dan treguas, más o menos largas, estables en las mejores ocasiones, pero invariablemente finitas. Y ayer empecé a vislumbrar el fin. Hice memoria: de nuevo, nadie a quien echar de menos, otra vez, nadie a quien parezca importarle. Lo se, es hacer acopio de mantas rotas, de periódicos viejos, pero quizá mi obsesión no sea escapar de este estado o, de momento, dejarme vencer por él, sino, cada vez con más intensidad, entenderlo. Comprender que quizá, solo dejo de ser yo mismo cuando estoy en el pantano, cuando la posibilidad de nuevas vidas y otros horizontes me hacen pensar e imaginar. De vez en cuando es bueno hacerlo: ya se sabe, no somos nada sin imaginación. Pero ese entretenimiento dura cada vez menos, reconozco que se me hace difícil vivir en una mentira perpetua: la mentira de la expectativa, del hallazgo, del reconocimiento, de la tranquilidad, a fin de cuentas. No, no puedo limitarme a eso, no puedo negar la existencia de mi abismo. La diferencia es que ya no se trata de una atracción irracional: sí, cuando era más joven y en especial en mis primeros años universitarios, me sentía atraído por la idea de la maldición, de dejarme arrastrar por un huracán de pasiones: soñaba con beber la vida a grandes tragos, aunque la verdad es que nunca fui lo bastante valiente como para darle pequeños sorbos. Hipócrita. Ahora la situación es diferente. No soy capaz de actuar de forma quebrada, impredecible, audaz (aunque reconozco que aún sueño en vivir aventuras en las que el destino pueda reconocer a uno de los suyos). Sencillamente siento que se me ha hecho tarde para eso. Al diablo con el nunca es tarde, al diablo con la voluntad: se acabó. El proceso no es fácil, sin caer en la vanidad puedo decir que no he llegado a esta convicción en dos días. Mis acompañantes siempre me han dado miedo: hace unos meses, creo que en febrero, aunque puede que fuese antes o después, no lo recuerdo bien y en todo caso, es irrelevante, tuve mi último ataque de ansiedad. Contemplé mis profundidades, y, sin conocerlas del todo, ese pequeño sorbo de terror total me fue suficiente para comprender que jamás podría escapar de mi mismo. El vacío es demasiado grande como para poder tomar distancia. Está ahí, simplemente aguardando su momento. Por ahora, puedo decir que el riesgo del suicidio es casi inexistente: de nuevo en la fase trágica, llegó a ser en ocasiones la única opción posible y, lo reconozco, lo pensé muchas veces. A decir verdad, nunca llegó a ser un impulso irrefrenable, pero sí que pude llegar a diferenciar varias fases: la idea, el deseo y la acción. Ahora no hay nada de eso, pudiendo, incluso, alegrarme de ello. La situación ahora es otra, marcada, en cierta manera, por un sentimiento de aceptación. Si de algo puedo vanagloriarme últimamente, si en algo puedo decir "lo hice bien", ha sido en que estoy consiguiendo aceptar esta situación, aunque, claro, esto no equivale aceptarme a mi mismo, son cosas distintas. De hecho, parece que mis últimas fobias están dirigiéndose hacia mi propia persona y, muy en especial, hacia mi aspecto físico. Quisiera ser mucho más delgado de lo que soy ahora. Durante los tres últimos días he comido solo zanahoria y agua, aunque finalmente me rendí y ayer por la noche tomé una cena normal, algo de carne y puré de patatas. Supongo que convertir los pequeños actos cotidianos en pequeñas guerras en las que el estado de ánimo siempre está en juego es algo que me acompañará toda mi vida. Pero ese no es el tema (o quizá sí lo sea, no lo se). No encuentro energías para bramar y protestar contra mi soledad y, ahora que lo pienso, no se si eso significa que por fin he adquirido la experiencia suficiente como para aceptar la situación o si por el contrario solo quiere decir que la superficie me queda cada vez más lejos. En todo caso, no hay nada de malo en estas profundidades: creo que puedo encontrar algún tesoro por aquí. Desde luego que me acompaña de forma impertinente la idea de que esta forma de proceder no es sino una manera de (de nuevo) escapar a mis responsabilidades o a aquellas situaciones que no me gustan. Reconozco que K. es una influencia muy extraña en mi vida: tendría que asumir las situaciones con mayor naturalidad, y aceptar que las personas pueden seguir sus propios caminos y alejarse, con todo derecho, de mi. Pero quizá es la última frontera de mi miedo. Cuando examino mi comportamiento llego a varias conclusiones: es cierto que nunca he hecho tanto por nadie, en el sentido de atreverme a dar pasos desconocidos para mi hasta entonces, pero también tengo que reconocer que mi actuación fue, en muchos momentos desesperada, dominada por el miedo y la inseguridad. Me molesta reconocer esos rasgos en mi mismo, pero supongo que sí: soy una persona muy insegura, con miedo y en muchas ocasiones, inestable y dependiente. Y mientras escribo estas líneas pienso en algo, en una nueva culpa: durante mucho tiempo pensé que precisamente por este esfuerzo, K. estaba, en cierta manera, "obligada", a quererme. No, no directamente, me he expresado mal, pero quizá sí que necesitaba que todos esos riesgos, ese caminar fuera del terreno conocido, tuviese algún propósito, que no hubiese sido una moneda tirada al océano. He sido demasiado egoísta, he pensado demasiado, demasiado, en mis propios temores, en mis limitaciones y mis terrores sin prestar atención a lo que en realidad estaba haciendo. En ocasiones K. me decía "no puedo saber cuales serán mis sentimientos" y reducirlo todo a sentimientos me parece banal, aunque certero. Tenías razón. Pero sigo pensando que, si bien ahora se más, y en cierta manera estoy preparado para tomar distancia no solo física sino emocional, sigo estando en peligro. Tus "te echo de menos" o "quiero abrazarte" volvieron a abrir la ventana de lo posible, quizá mi vida no sea lo que es ahora y pudiera ser de otra forma, quizá pudiera empezar un nuevo camino, un nuevo trabajo y quien sabe, ser otra persona. Seguramente lo sabes, posiblemente te lo haya dicho ya, pero tus palabras tienen un efecto demasiado poderoso en mi, a pesar de que cada vez me cuesta más hablar de "nosotros". Hablas de él, un "él" desconocido para mi, un ente sin rostro que, sin embargo, te aleja de mi: te gusta, me dijiste, y tu tristeza actual se debe a que él no te habla tanto como tú quisieras o que quizá a él no le gustes tanto como a ti te gusta, y a pesar de todas las cautelas, de todas las distancias, de las precauciones, a pesar de todo eso, me sigue doliendo mucho. Se reaviva el miedo del rechazo, la frustración de no haberme sentido deseado jamás y la confirmación de que quizá el edificio de la soledad aceptada solo sea una excusa para no ver que el asunto se reduce a que quiero a alguien que no puedo tener. La vieja historia de siempre. Supongo que debería aceptar esta situación de otra forma y reconozco que sería más fácil si hubiese otra persona, alguien que me ofreciera otro relato vital, otras posibilidades, otras conversaciones...pero en ocasiones pienso que estoy vacío, incapaz de producir nada nuevo, de decir nada que no sienta como manido. Te lo reconozco K. ahora mismo solo soy capaz de aceptar dos opciones: o tu, en una realidad que sé que jamás nos llegará, o la soledad. No tengo fuerzas para empezar de nuevo, para dedicarle tanto como te dediqué a otra persona. Estoy agotado. Estaré triste, pero se que la tristeza se acabará antes que el cansancio. Y es entonces, en ese momento, en el que pensaba, en el que pienso, cuando tendré que vivir en silencio y soledad. No es quizá, lo que había imaginado años atrás y, con total convicción puedo decir que no imaginaba estar en esta situación con 33 años. Ni muchísimo menos. Mi vida está transcurriendo por caminos extraños desde hace, más o menos, 5 años. En el transcurso de una vida bien vivida, 5 años no es gran cosa, pero soy incapaz de reconocerme en las fotografías viejas más que como alguien que no tenía ni idea de lo que se le venía encima. Estoy seguro de que siempre hay más cosas que contar, pero por el momento lo dejo aquí.