sábado, 2 de septiembre de 2023

Maratón

Lo use o no, el talento se pierde. En eso pienso últimamente. Le doy vueltas a las cosas que me gustaría escribir pero que nunca escribo, a las ideas que me gustaría contar y me callo. Y al hacerlo, recuerdo mi juventud, siempre tomando el otro camino. Estudié derecho, pero no quería ser abogado, me juntaba con un grupo de chicos y chicas de la facultad de filología hispánica, pero cuando estaba con ellos, pensaba que tampoco quería ser así, yo era el abogado entre escritores (o aspirantes a hacerlo). Fuera de sitio, sin reconocerme jamás en ningún espejo, sin nunca decir "este soy yo". Una huida constante. Como cuando mi padre me llevó a la piscina municipal en Cartagena. A decir verdad, ni siquiera se si ese es un recuerdo mio o una historia recordada, de tantas veces que mi padre me la contó. Estabamos en fila, sentados en un banco, mientras el monitor, desde dentro de la piscina, invitaba a los niños a tirarse al agua. Mi padre me veía desde la distancia, sentado en las gradas, viendo como a medida que me iba acercando al momento de saltar, empezaba a dejar mi sitio a los niños que estaban detras de mi. Mi padre decía que tan pronto como se percató de lo que hacía, ya sabía como terminaría aquello. Pero yo no lo sabía, yo simplemente dejaba pasar a los niños en la esperanza de que algo pasara, bien que de repente la clase terminara por algun colapso súbito del edificio, bien por tener un relámpago de valor (el segundo heroico que leería mas tarde en Josemaría, en aquellos años perdidos, perdiéndome) que me permitiera saltar o bien porque el profesor, sin aviso previo, se muriera allí mismo. Pero nada de eso pasó, yo no lo sabia, no podía saberlo, pero mi padre sí, por ser mi padre y por conocerme bien, incluso mejor que yo mismo, por quererme más de lo que yo lo he hecho en mi vida, por ser más mayor y quizá por estar más curado de espanto en las cosas de la vida,  que los milagros no existen, y los momentos que parecen suceder a camara lenta solo ocurren en las peliculas. Por aquellas razones yo salí corriendo de alli, afirmándome en mi escapada, rechazando caer como una gota más en aquel vaso de agua lleno de bañadores pequeños y algun ocasional resto de orín. Corrí de aquel lugar, a paso lento, vacilante, pero sin detenerme, como al final de los cuatrocientos golpes. Aquella historia de niñez, que tantas veces recuerdo, ha ido transformandose con el tiempo: de broma infantil, a motivo de burla, de irresponsable niñería a definición del carácter, al final, con los años, se ha convertido en una especie de defnición, en ese espejo (quizá roto, ahora pienso) que busqué tanto. Las piscinas han cambiado, y los profesores que recibían a los niños en el agua han cambiado de cara, de nombre, de lugar y de edad, ellos lo hicieron, sí, pero mi respuesta se mantuvo quieta, repetida: correr, escapar, abandonar. Como iba a saber que los trozos que me dejaba por el camino, en cada renuncia, me perseguirían siempre, convirtiendo la carne en cadena, el deseo en remordimiento y la esperanza en tristeza. Me he ido ensanchando en el tiempo, sin terminar jamás el ciclo de las acciones, sin convencer ni concluir, una historia sin un final, un mero esbozo de lo que pudo haber sido y no fue. Y cada vez que lo hacía, al final de cada escapada, sin aliento y cuando pensaba que aquella era la última, que había dejado pasar el tren definitivo, mi versión preferida, entonces, era entonces, cuando hablaba con mi padre, pero no de la forma en la que él hubiese querido. Él le hablaba al hijo que hubiese querido tener, aquel que estaba en su cabeza, le hablaba a la versión final, al mármol pulido, a la persona que sabía que podía llegar a ser, le hablaba al hijo que quería, pero mi palabra llegaba desde otro lugar, desde la geografía de mis limitaciones íntimas, desde el miedo a, bueno, a todo, le tenía miedo a todo, a hacer lo que quería hacer y a no hacerlo, miedo y desagrado a mi cuerpo, habitando la duda constante, desmontándome y rompiéndome a sabiendas y sin hacerlo, como activando un dispositivo de autodestrucción que hacía tic-tic-tic mientras dormía. Aquella era mi geografía, tan separados estuvimos y su amor nunca fue suficiente para hacerme cambiar. A él volvía tras cada caida, tras cada salida del camino, cuando ya no quería seguir (de todas las maneras, de los proyectos, de los trabajos, de las personas, de la vida), por inercia, el niño que vuelve con papá. Y aunque jamás llegué a sentir sus palabras de la misma forma en las que él las decía, ni con su intención ni con su cariño, me llegaban, sí, me llegaban. Incluso en los momentos en los que mi vida interior era una habitación sin luz, tenía al menos, el eco de mi padre. Eso me bastaba para intentarlo otra vez, para engañarme y pensar que la próxima vez sería mejor, que podría aprender y ser bueno, sí, aquello era suficiente. Recuerdo una noche, tenía que preparar un examen, como siempre estudiando la noche anterior y,  también casi como siempre, sin saber exactamente qué tenía que estudiar, mi remedio fue estudiarme el libro entero. Aquellas noches en vela me funcionaban bien, empezaba después de cenar, y más o menos a las 2 o las 3 de la mañana me iba a dormir, convencido de que todo lo que había metido a la fuerza en mi memoria me duraría por lo menos hasta las 9 de la mañana. Esa noche, sin embargo, el truco no funcionaba, las páginas diluviaban y me ahogaban los minutos, la idea del fracaso, la edípica forma de proceder, poniéndome la zancadilla, castigándome, y las horas avanzaban pero mi memoria no lo hacía, no, no lo hacía, y ya era de noche, mi madre y mi hermana dormidas hacía tiempo, incluso mi perro, todos dormían, y mi padre me tomaba la lección, me la tomaba una vez y otra, pero en cada repaso se me olvidaba una cosa diferente y entonces me dijo "Isi, ve a dormir, podrás hacer el examen otro día" y le hice caso, pero estaba tan cansado que no podía hacerlo, me dolía el cuerpo, la cabeza y pensaba en el fracaso, el absurdo fracaso ahora me doy cuenta, de no hacer un examen. Entonces, a las 3 me volví a levantar y seguí estudiando. Cerca de las 7 de la mañana mi padre se despertó y me dijo, casi con solemnidad, "qué cojones tienes". Me abrazó. Aprobé aquel examen, pero eso no importa, no importa en absoluto. Pasan los años y mis miedos siguen ahí, crecen, me arañan el corazón y me castigan la mente: sigo corriendo, saliéndome de los caminos, huyendo y buscando el refugio que me daba mi padre, pero no lo encuentro y todo se convierte en carrera hacia delante y llueve, sí, llueve, y no hay lugar donde refugiarme. Solo me queda el recuerdo de tus palabras e incluso eso se me está olvidando. Tengo que esforzarme por imaginarme como sonaba tu voz y, ay, ahora me doy cuenta, esos abrazos que daba por contados, aquellas palabras que me sonaban a eco, ay, como las hecho de menos ahora. Huir sin cobijo no es agradable papá, quizá tú que también lo hiciste casi toda tu vida, lo sabías y por eso me querías así, de esa forma que yo no sabía, porque yo podía volver a ti. Y ahora que te entiendo no puedo decirtelo, ni me vale de nada este conocimiento, ni mis huidas pueden convertirse en historias que contar, no, ahora son solo simples heridas, pequeñas, menudas, pequeñas que se repiten, que pinchan y que me murmuran a diario, casi como un ruido. Y de qué me sirve ver más lejos, si no se a donde ir papá, y qué miedo me da caerme otra vez, sabiendo que no me recogerás, y qué dificil se me hace seguir en esta geografía del dolor en la que te me quedas reducido a una foto que no quiero ver, a unas palabras que no quiero recordar, a una hora que no puedo borrar. De que me sirve saber ahora que eras mi mejor amigo, si no puedo tener tu compañia, y tú me lo decias, me decias que era tu mejor amigo y yo te decía que no, que no, pero qué equivocado estaba papá. En tantas cosas me equivocaba, ahora me doy cuenta, pero no sé qué hacer con eso. No se me ocurre un buen final para esto, quizá porque el talento se pierde se use o no, o quizá porque tenga que empezar de nuevo, sabiendo que me equivoco, que lo hago mal, que abandonaré. Quizá, quizá. 

jueves, 11 de julio de 2019

Twin peaks

Siempre lo he sabido: la soledad y la tristeza nunca desaparecen. A veces me dan treguas, más o menos largas, estables en las mejores ocasiones, pero invariablemente finitas. Y ayer empecé a vislumbrar el fin. Hice memoria: de nuevo, nadie a quien echar de menos, otra vez, nadie a quien parezca importarle. Lo se, es hacer acopio de mantas rotas, de periódicos viejos, pero quizá mi obsesión no sea escapar de este estado o, de momento, dejarme vencer por él, sino, cada vez con más intensidad, entenderlo. Comprender que quizá, solo dejo de ser yo mismo cuando estoy en el pantano, cuando la posibilidad de nuevas vidas y otros horizontes me hacen pensar e imaginar. De vez en cuando es bueno hacerlo: ya se sabe, no somos nada sin imaginación. Pero ese entretenimiento dura cada vez menos, reconozco que se me hace difícil vivir en una mentira perpetua: la mentira de la expectativa, del hallazgo, del reconocimiento, de la tranquilidad, a fin de cuentas. No, no puedo limitarme a eso, no puedo negar la existencia de mi abismo. La diferencia es que ya no se trata de una atracción irracional: sí, cuando era más joven y en especial en mis primeros años universitarios, me sentía atraído por la idea de la maldición, de dejarme arrastrar por un huracán de pasiones: soñaba con beber la vida a grandes tragos, aunque la verdad es que nunca fui lo bastante valiente como para darle pequeños sorbos. Hipócrita. Ahora la situación es diferente. No soy capaz de actuar de forma quebrada, impredecible, audaz (aunque reconozco que aún sueño en vivir aventuras en las que el destino pueda reconocer a uno de los suyos). Sencillamente siento que se me ha hecho tarde para eso. Al diablo con el nunca es tarde, al diablo con la voluntad: se acabó. El proceso no es fácil, sin caer en la vanidad puedo decir que no he llegado a esta convicción en dos días. Mis acompañantes siempre me han dado miedo: hace unos meses, creo que en febrero, aunque puede que fuese antes o después, no lo recuerdo bien y en todo caso, es irrelevante, tuve mi último ataque de ansiedad. Contemplé mis profundidades, y, sin conocerlas del todo, ese pequeño sorbo de terror total me fue suficiente para comprender que jamás podría escapar de mi mismo. El vacío es demasiado grande como para poder tomar distancia. Está ahí, simplemente aguardando su momento. Por ahora, puedo decir que el riesgo del suicidio es casi inexistente: de nuevo en la fase trágica, llegó a ser en ocasiones la única opción posible y, lo reconozco, lo pensé muchas veces. A decir verdad, nunca llegó a ser un impulso irrefrenable, pero sí que pude llegar a diferenciar varias fases: la idea, el deseo y la acción. Ahora no hay nada de eso, pudiendo, incluso, alegrarme de ello. La situación ahora es otra, marcada, en cierta manera, por un sentimiento de aceptación. Si de algo puedo vanagloriarme últimamente, si en algo puedo decir "lo hice bien", ha sido en que estoy consiguiendo aceptar esta situación, aunque, claro, esto no equivale aceptarme a mi mismo, son cosas distintas. De hecho, parece que mis últimas fobias están dirigiéndose hacia mi propia persona y, muy en especial, hacia mi aspecto físico. Quisiera ser mucho más delgado de lo que soy ahora. Durante los tres últimos días he comido solo zanahoria y agua, aunque finalmente me rendí y ayer por la noche tomé una cena normal, algo de carne y puré de patatas. Supongo que convertir los pequeños actos cotidianos en pequeñas guerras en las que el estado de ánimo siempre está en juego es algo que me acompañará toda mi vida. Pero ese no es el tema (o quizá sí lo sea, no lo se). No encuentro energías para bramar y protestar contra mi soledad y, ahora que lo pienso, no se si eso significa que por fin he adquirido la experiencia suficiente como para aceptar la situación o si por el contrario solo quiere decir que la superficie me queda cada vez más lejos. En todo caso, no hay nada de malo en estas profundidades: creo que puedo encontrar algún tesoro por aquí. Desde luego que me acompaña de forma impertinente la idea de que esta forma de proceder no es sino una manera de (de nuevo) escapar a mis responsabilidades o a aquellas situaciones que no me gustan. Reconozco que K. es una influencia muy extraña en mi vida: tendría que asumir las situaciones con mayor naturalidad, y aceptar que las personas pueden seguir sus propios caminos y alejarse, con todo derecho, de mi. Pero quizá es la última frontera de mi miedo. Cuando examino mi comportamiento llego a varias conclusiones: es cierto que nunca he hecho tanto por nadie, en el sentido de atreverme a dar pasos desconocidos para mi hasta entonces, pero también tengo que reconocer que mi actuación fue, en muchos momentos desesperada, dominada por el miedo y la inseguridad. Me molesta reconocer esos rasgos en mi mismo, pero supongo que sí: soy una persona muy insegura, con miedo y en muchas ocasiones, inestable y dependiente. Y mientras escribo estas líneas pienso en algo, en una nueva culpa: durante mucho tiempo pensé que precisamente por este esfuerzo, K. estaba, en cierta manera, "obligada", a quererme. No, no directamente, me he expresado mal, pero quizá sí que necesitaba que todos esos riesgos, ese caminar fuera del terreno conocido, tuviese algún propósito, que no hubiese sido una moneda tirada al océano. He sido demasiado egoísta, he pensado demasiado, demasiado, en mis propios temores, en mis limitaciones y mis terrores sin prestar atención a lo que en realidad estaba haciendo. En ocasiones K. me decía "no puedo saber cuales serán mis sentimientos" y reducirlo todo a sentimientos me parece banal, aunque certero. Tenías razón. Pero sigo pensando que, si bien ahora se más, y en cierta manera estoy preparado para tomar distancia no solo física sino emocional, sigo estando en peligro. Tus "te echo de menos" o "quiero abrazarte" volvieron a abrir la ventana de lo posible, quizá mi vida no sea lo que es ahora y pudiera ser de otra forma, quizá pudiera empezar un nuevo camino, un nuevo trabajo y quien sabe, ser otra persona. Seguramente lo sabes, posiblemente te lo haya dicho ya, pero tus palabras tienen un efecto demasiado poderoso en mi, a pesar de que cada vez me cuesta más hablar de "nosotros". Hablas de él, un "él" desconocido para mi, un ente sin rostro que, sin embargo, te aleja de mi: te gusta, me dijiste, y tu tristeza actual se debe a que él no te habla tanto como tú quisieras o que quizá a él no le gustes tanto como a ti te gusta, y a pesar de todas las cautelas, de todas las distancias, de las precauciones, a pesar de todo eso, me sigue doliendo mucho. Se reaviva el miedo del rechazo, la frustración de no haberme sentido deseado jamás y la confirmación de que quizá el edificio de la soledad aceptada solo sea una excusa para no ver que el asunto se reduce a que quiero a alguien que no puedo tener. La vieja historia de siempre. Supongo que debería aceptar esta situación de otra forma y reconozco que sería más fácil si hubiese otra persona, alguien que me ofreciera otro relato vital, otras posibilidades, otras conversaciones...pero en ocasiones pienso que estoy vacío, incapaz de producir nada nuevo, de decir nada que no sienta como manido. Te lo reconozco K. ahora mismo solo soy capaz de aceptar dos opciones: o tu, en una realidad que sé que jamás nos llegará, o la soledad. No tengo fuerzas para empezar de nuevo, para dedicarle tanto como te dediqué a otra persona. Estoy agotado. Estaré triste, pero se que la tristeza se acabará antes que el cansancio. Y es entonces, en ese momento, en el que pensaba, en el que pienso, cuando tendré que vivir en silencio y soledad. No es quizá, lo que había imaginado años atrás y, con total convicción puedo decir que no imaginaba estar en esta situación con 33 años. Ni muchísimo menos. Mi vida está transcurriendo por caminos extraños desde hace, más o menos, 5 años. En el transcurso de una vida bien vivida, 5 años no es gran cosa, pero soy incapaz de reconocerme en las fotografías viejas más que como alguien que no tenía ni idea de lo que se le venía encima. Estoy seguro de que siempre hay más cosas que contar, pero por el momento lo dejo aquí.

viernes, 17 de agosto de 2018

32

La soledad golpea siempre más fuerte por la noche. Durante el día, sólo pienso en alejarme más y más de todo el mundo. No quiero hablar con nadie, no quiero que nadie se dirija a mi y ojalá, deseo, pudiera ser invisible.

Por la noche es distinto.

El silencio llega. Y entonces quiero hablar pero nadie me habla y entonces quiero ser visto pero soy invisible.

No sé cómo he llegado hasta aquí.

Tengo miedo. 

jueves, 16 de agosto de 2018

Interferencias

Hoy miraba todos los títulos que tengo colgados en la pared de mi habitación. Recuerdos de un pasado que no va a volver, por mucho que últimamente solo piense en él. Más que títulos habilitantes para ejercer una profesión, se me antojan testamentos: todos puestos en fila, con mi foto en las orlas, con el pelo largo cuando era más joven, con el pelo corto después. Les he dado la espalda mientras hacia flexiones. Y entonces me han entrado ganas de comprar cinta adhesiva negra para tapar mi nombre en todos ellos. Y también mi foto. Cinco horas después sigo pensando en que quizá no sería una mala idea. Miento. Desaparecer no es tan fácil. Requiere una disciplina de la que carezco.


Pude controlar mis sentimientos bastante bien, sin sentirme nostálgico ni triste. De hecho, ni siquiera tuve que hacer un esfuerzo consciente por controlarme, sino que me sentía bien, satisfecho y feliz. Por la mañana, cuando me estaba vistiendo para marcharme, vi tus zapatos nuevos, aquellos que habías recogido en la oficina postal un par de días antes, encima de su caja, una especie de mocasines negros con un adorno de flecos (no soy muy bueno describiendo zapatos, lo siento) y entonces, sin saber porqué, sentí ganas de llorar. Empecé a pensar en tu fragilidad y en la crueldad de mi presencia en tu vida. El nudo en la garganta que ya había notado en otras ocasiones (siempre cuando teníamos que despedirnos) me obligó a suspirar y a mirar al suelo. "Eres demasiado sensible" me dijiste en una ocasión. Tengo que confesarte que incluso yo estoy sorprendido por llorar con tanta facilidad. Sabiendo lo poco que te gusta verme en esas condiciones (quizá poco masculinas, no lo sé) hice un esfuerzo por bromear, haciendo el gesto con la mano de "ves? ya voy a llorar otra vez". Afortunadamente te reíste y nos abrazamos por última vez tumbados en la cama, tú aún con el pijama y yo vestido y pensando en el viaje de vuelta a casa.

Hoy sigo pensando en los zapatos, pero, tú ya no estás aquí, así que soy incapaz de llorar.

domingo, 22 de julio de 2018

Harry Houdini (I)

Tiene 32 años.

A veces se siente viejo, cuando se cruza con alguno de los jóvenes al salir del metro, cuando escucha que sus referencias culturales, sus ejes de referencia ya no coinciden. Incluso en ocasiones lo llaman señor, algo que no le molesta por una coquetería mal entendida que protege a la juventud como un elemento valioso en sí, sino porque le pone frente al hecho inalienable e innegociable de que el tiempo pasa. Sabe que es una obviedad y, en muchas ocasiones, se culpa por tener pensamientos tan simples, él que siempre se las dio de pensador original. Quizá estaba perdiendo facultades, concluía con una sonrisa cansada. Sin embargo en otras ocasiones, al compararse con sus anteriores compañeros de carrera o incluso, con viejos compañeros de trabajo se sentía completamente infantil: la mayoría de ellos tenían trabajos estables y algunos ya habían incluso formado una familia. No es que pensara que el objetivo de un hombre en estos tiempos fuese tener trabajo y familia, pero ellos al menos tenían la posibilidad de escoger ese camino si querían. El se había quedado fuera de la rueda: aún no quería decirlo abiertamente pues quizá podía evitar el fracaso continuo en el que se había convertido su vida si lograba evitar darle legitimidad a todos esos contratiempos. Borraba, de forma consciente ahora que se acercaba a su madurez, cualquier análisis de consecuencias. A veces veía sus fotos en Facebook en forma de "personas que quizá conozcas". Nunca se sentía de humor para enviar una solicitud de amistad habiendo pasado tanto tiempo (¿Qué decir? ¿Actuar con una fingida alegría por "retomar el contacto"? ¿Y después? Posiblemente el silencio y la nada, como siempre). Mientras viajaba en el metro, leyendo o intentando hacerlo, lamentaba que ninguna de sus preocupaciones proviniese de factores externos. Era cierto que lo habían despedido improcedentemente de su último trabajo como profesor y que de vez en cuando le invadían intensos deseos de haber solucionado esa situación con menos diplomacia y mucha más violencia. Pero ese era solo un pasatiempo inocuo que ocupaba algunas de sus noches (incluso esa pequeña concesión al mundo ficticio de su vida onírica le hacía sentir culpable a veces, como si para él no existiese la violencia inocua, estilizada en forma de una ficción en la que él se permitía ser el heroico protagonista. Sentía aquellas manifestaciones como caprichos, como errores que tenía que corregir, debido, puede, a las interferencias religiosas que sufría -o provocaba- a pesar de no provenir de una familia especialmente religiosa que, ni siquiera, le preparó para hacer la comunión)  y al que, por lo general, no le daba más importancia que la que se le da a un entretenimiento menor (culpabilidad aparte). Su malestar provenía, más bien, por todos aquellos miedos y limitaciones internas, su motivo de preocupación, no era algo que le hubiese pasado, sino lo que podría pasarle. Dos eran sus fuentes de ansiedad: el pasado cierto, el ruido que se repetía incesantemente, no porque hubiese  sucedido algo traumático, no, sino precisamente por lo contrario: su pasado era una gran tierra baldía en la que no encontraba ningún momento ni a ninguna persona a quien echar de menos. Aquel paisaje le producía auténtico pánico, aunque paradójicamente, le gustaba recrearse en esa sensación, repitiéndose aquello de "¿Qué hice mal?". Los futuros posibles también le corroían el ánimo: las posibilidades se movían a lo largo de una balanza trucada y ahora el padre de familia con bigote, mujer, hijos, perro y casa en las afueras quedaba lejos, muy lejos, dándole todo el protagonismo al desempleado solitario con barba y aspecto descuidado, considerado inservible por gran parte de la sociedad a la que le dedica gran parte de sus energías en forma de rencor silencioso. A veces también está por allí el presidiario en los casos en los que las pulsiones y delirios violentos de sus sueños se hiciesen, por error, realidad. Lo más probable, que su futuro fuese mucho más normal que todo aquello, mucho más corriente, pero el realismo era un juego al que jamás le había interesado participar. Salvo casos excepcionales (como por ejemplo en los ataques de ansiedad en los que su cuerpo entraba en erupción y perdía absolutamente el control) prefería guardar silencio acerca de sus preocupaciones: no por considerarlas demasiado importantes como para darlas a conocer, sino por una íntima convicción acerca de lo vergonzante que era no poder dormir a causa de asuntos como aquellos. En los crudos diálogos que mantenía consigo mismo (pues en muchas ocasiones no había nadie más a quien poder recurrir para hablar o simplemente desahogarse un poco) se reconocía que esas inquietudes sobre su futuro, sobre la construcción de su presencia en el mundo como individuo con ciertas aspiraciones de singularidad, sobre su masculinidad frágil en crisis continua no debían ocuparle tanto tiempo, pues a fin de cuentas, pensar en todo eso era bastante frecuente (sí aunque, de nuevo, no lo decía abiertamente e incluso se negaba con fuerza a reconocérselo a sí mismo: en el fondo sabía que no era especial, que al hacerse mayor había entrado -sin quererlo pero resistiéndose de forma queda, naïf, débil- en una nada que no solo no se podía enumerar sino que, llevándolo más allá, no merecía ni siquiera serlo) por la mayoría de personas, con la diferencia -esencial- de que los demás parecían tener otros temas de los que preocuparse, otras obligaciones más acuciantes, una realidad menos dependiente de su percepción, menos vinculada con lo construido y más con lo sencillamente dado, sin más. Se daba cuenta de que no había nada en sus inquietudes que fuese original ( a veces trataba de tranquilizarse diciéndose que la singularidad no necesitaba de la originalidad, que podría ser un miembro legítimamente aceptado por la sociedad -de nuevo un deseo a duras penas oculto para él- sin tener que construir pensamientos. No, toda aquella labor intelectual autoimpuesta, esa tiranía, no era, en el fondo, necesaria. Podría ser aceptado, mediante un juego de espejos y reconocimientos. Cuando seguía esta linea de pensamiento, sin embargo, llegaba muchas veces a una conclusión parecida a esta: si tanto me cuesta usar construcciones ajenas que me facilitarían ser aceptado por los demás, quizá ("quizá", una cínica concesión) mi búsqueda de la identidad no sea sino una huida: construir mi libertad, al tener mis propias referencias, mis propios términos, las estructuras mías, como paso previo que desemboca en mi soledad, lo que a fin de cuentas es lo que quiero evitar. No quiero estar solo. No quiero estar solo. No quiero estar solo. Cuando llegaba a este punto en sus reflexiones se detenía, como quien se asoma -un poco, solo un poco- al borde de un abismo y tira una piedra pequeña, esperando a escuchar el ruido que hará al llegar al fondo. El miedo de la espera, ese imaginarse, trasponerse, convertirse en la piedra que cae era lo que hacía retroceder. De la misma forma, cuando (algunos de) sus pensamientos parecían tardar mucho en tocar fondo, cuando se perdía el rastro de regreso a la superficie o, por lo menos, existía el riesgo de que aquello sucediera, buscaba algún video en Youtube o leía un par de noticias en varios diarios online, sabiendo, sin embargo, que no podía engañar a ni disimular la incomoda presencia de aquella sensación. Simplemente - se decía- se daba una tregua.

miércoles, 2 de mayo de 2018

Infierno 1ªplanta (verificado)

Gamer girl tries to play
While getting fucked - 10:31

Culo perfecto en mallas,
Yoga en casa, sexo en el suelo - 14:12

Fakings - Soraya - 32:58

Petite française baise avec
Son demi frère quand
Les parents dorment - 6:31

Milf fucked by both!! - 6:04

Corridas en la boca (cum in mouth) - 14:49

Chick 5 - Scene 5 - 19:24

Mature widow fuck a Husband Friend - 13:34

Adolescente perfecta le cogen su
Conchita apretada - 17:10

El Potro se repasa a Apolonia,
Aysha y Bianca Blue - 45:30

Dirty Hot girl goes crazy for big
Dick and rough sex - sloppy
Fuckface - 17:21

Step mommy dearest foot worship
- 55:27

Insex - Eris - 49:59

Watch me cover my entire
Kitchen with my squirts
- 11:41

Fake taxi sexy blonde in tight
Denim shorts with fishnets
And heels - 10:29

2 black girls and 1 white girl
Lesbian (full video) - 25:05

Wake-up solo with black knee
High socks - 7:36

miércoles, 18 de octubre de 2017

Self-portrait

¡Cold coffee!

And your memories
running around me.

I always speak about the same:
about silence
about loneliness
about why
you are not
about
those mountains
of amazing and non-existent
sex.

Oh yes,
pornography,
that limit
that consideration
about beauty
and desire
in movement.

The moans
and screams,
sometimes
pleasure
is a too little reward
and I need to
hurt.
To hurt who?
To hurt what?

The perfect onanism
of substituting
dependencies
with punishments.

I suffer, therefore I am.
I insist,
and then I just
keep existing
for still suffering.

That pearl of knowledge
disappears
when I morbidly enjoy
the grovelling,
the kidnapping
and the parody.

I would like to laugh.

Sound of bones
like a xylophone
from the catacombs
of your love.

You only exist when I create you.
You don't have soul.
You are mine.
I possess you
in more ways
you are able to
imagine.

You are the tool,
the excuse
the brush
of this self-portrait.

The Devil gets bored.
I love that image:
the evil
surpassed
by his own creation
(at least one side
of us is his,
not by merit,
but by pure and simple
legacy)
without being able
to be surprised
or to react
to the mundane horror
we have created:

We shape
the dislike
with a goldsmith passion

We damage
with the temper
of an old Furtwangler

And we desperate
with childish devotion.

I always talk too much
When I don't want to say nothing
I contradict myself
as a -perfect-
excuse
against my limitations.
I am deliberately bad
and now
I am using a costume.

Hopefully clocks
work backwards
Hopefully words
could sweep away,
get collected
like simple
fishing rod
and make them
disappear
under the
rug.

How much wasted love!
How much self-imposed disatisfaction!
How muck fake melancholy!

I am not even convincing.
Better leave it.