sábado, 18 de mayo de 2013

Vampire

Necesito amor, pero único que busco es sexo pero no es un sexo satisfactorio, no es real, es un mal sustitutivo de lo que realmente siento que me hace falta y acabo por sentirme mal y por echarle la culpa a todo el mundo a toda la gente que no se molesta por mi y cuando pienso eso me doy cuenta de que joder, de que yo no me preocupo de ellos, que soy un egoísta recalcitrante y que es normal que en momentos así me sienta solo, y pienso que a fin de cuentas es algo que me he buscado y aunque no me gusta, es algo a lo que tristemente estoy acostumbrado, a verlo todo desde la distancia, desde una barrera de seguridad que me impide empatizar aunque estoy seguro de que exagero y entonces suena el teléfono y es mi madre y noto su voz cansada, pero también noto más cosas en su voz que no son solo cansancio, la noto triste, malhumorada, animicamente agotada y decepcionada y se lo pregunto, le digo que si le hemos fallado y me dice que sí, que esperaba más de nosotros y yo me entretengo viendo articulos de broma ridiculos, boligrafos con cabezas que saltan de un lado para otro, telefonos con forma de hamburguesa o de boca y tangas de cola de elefante, y mientras hago todo eso mi madre sigue lamentándose a su manera, diciéndome que con nuestra edad esperaba que hicieramos las cosas mejor y empiezo a sentirme como una mierda, otra vez y nuevamente me siento separado de todo lo que me rodea, como si flotara, como si fuera un espíritu y me despido y cuelgo el teléfono y me marcho de la estúpida tienda que tiene una vaca en la entrada pero las palabras siguen allí echando raíces, repitiéndose y alterandose en mi propio perjuicio y recuerdo que no merezco que me digan que he fallado, justo ahora que he conseguido abandonar el alcohol, justo cuando he rechazado el trato cordial, el sentirme querido, o falsamente querido o por lo menos reconocido tan pronto pisaba el umbral, no merezco estar solo y el corazón me pide a gritos una chica que esté a mi lado, pero me parece que la edad de ir revoloteando en busca de una chica ha pasado para mi y que es mejor que me ocupe de mis asuntos, sin hacer demasiado ruido, que termine mi trabajo y desaparezca del mapa, sea lo que sea lo que signifique desaparecer, porque ya no tengo ni idea de qué significa qué ni tampoco tengo demasiadas ganas de comprobarlo y aquellas calles aún siguen en mi, el casino lleno de personas, por la noche, con la piel roja por haber estado en la playa todo el día, con unas expectativas quizá elevadas, pero con un sentimiento parecido a la alegría que se esfumó tan pronto como me quedé solo, y no quería dormir todavía, me daba miedo ver a la gente pasar por delante y entonces empecé a caminar y algo dentro de mi me decía que si tenía el suficiente valor tenía que demostrarlo en ese preciso momento, que debía demostrarme a mi mismo que podía NO ir a aquel lugar otra vez, pero seguí caminando, cruzándome con mil caras desconocidas, y no estaba el chino que tocaba el koto roto ni el chino que vendía aviones que dan vueltas y hacen ruido de sirenas ni el payaso que quiere dinero para un ferrari, no estaban pero los notaba a mi alrededor, como si por más personas que llenaran el paseo no fueran suficientes para hacerme olvidar mi rutina diaria, porque para mi aquello seguía estando vacio, sin nadie, con ese sol de la tarde que te abrasa la frente, con el cegador brillo del mar, en ese horario en el que no pasa nada y seguí caminando, digo, quizá con la esperanza de ver a Jara, mi camarera favorita con una ropa un poco más sexy y quizá subida en la barra, bailando, aunque el día anterior me dijo que no le gustaba bailar en la barra, que sólo lo hacía cuando se había emborrachado o cuando le ponían un billete de 10 o 20 euros, no recuerdo, en el tanga y también me dijo que no sabía que hacer con su vida, que todo le aburría, que tenía casi 30 años y que nada la hacía feliz y sentí miedo, sentí aquel vertigo de no saber hacia donde dirigirme y recuerdo que bebí una pinta más para intentar olvidar aquella sensación, y todo siguió igual, sus referencias a su novio y a su nintendo y a sus libros y a su madre y a sus compañeras de trabajo y a la playa y a esa manera suya de decir que había leido el 70% de un libro y el 20% de otro y a ese cumpleaños que había tenido la semana pasada y a su dolor de espalda y todo con ese gesto hastiado, con esa manera de hablar contigo porque, en el fondo, no tiene mucho más que hacer, pero siempre desde la lejanía, como una distracción necesaria y pensaba que a lo mejor, sólo a lo mejor, ella se entretenía conmigo y por eso me hacía ilusión verla aquella noche, pero cuando llegué no estaba ella, estaba la otra, la flaca, y una que no había visto nunca que me dijo que si quería algo y yo le dije que una pinta y me senté en la esquina de siempre y por allí rondaba el encargado descargándose música y de repente me empecé a sentir fuera de lugar, terriblemente triste y solo y bebía a sorbos pequeños, esperando que pasara algo que me hiciera cambiar de opinión, pero pasaba nada y quizá había ido demasiado pronto al bar, y las camareras bailaban ajenas a la gente de la terraza, que ya estaba atendida y ajena a mi, que no me conocían y entraron cinco personas que parecían extranjeras, y una de ellas era una chica muy guapa pero se fijó en mi y yo tampoco mucho en ella, cuando me dí cuenta de que uno de los chicos del grupo era novio suyo y me encerré en mi tristeza y pedí otra pinta, prometiéndome que sería la última sobretodo, más que por el ambiente o mi propio malestar, porque al lado había un tipo casi gordo con cara triste y un casco de moto que estaba bebiendo una cerveza sin alcohol y me pareció deprimente tenerlo alli al lado, pareciendo un reflejo de mi mismo y me enfade interiormente con el bar, con las camareras con los clientes y conmigo mismo por permitir aquella comparación, pero el tipo pronto se fue y volví a ser el único tipo que bebía en la barra y un poco más tarde entraron un grupo de heavies, tres tios con el pelo muy largo, casi por la cintura y dos chicas una de ellas, nuevamente, muy guapa. Me gustan las rubias. Pero ella era morena. Parecía inteligente. Pero eso sólo era una construcción. Una construcción mental. Un pasatiempo. Una manera de sentir que algo podía pasar. Los tipos pidieron chupitos de Jager y se los tomaron a la vez que bailaban y se hacían fotos, demasiado inocentes a mi parecer teniendo en cuenta que eran heavies y que para mi los heavies o son angeles del infierno que parten piernas con sus cadenas o son una pandilla de maricas y ponían sonrisas y cantaban por encima de las canciones del bar, añadiendo falsetes en aquellas partes en las que el cantante original no cantaba y haciendo un poco de air guitar y me pareció insoportable y me dediqué a fijarme en la otra chica, que no era tan guapa como la primera pero que llevaba unas botas que me gustaban y pensé que si tenía buen gusto para vestir quizá lo tuviera para todo lo demás pero justo cuando pensaba eso se puso a bailar pegada a un cristal pretendiendo ser sexy delante de uno de los heavies que hacía la gracia de bajar por unas escaleras al otro lado del cristal y pensé que el mundo no merecía seguir existiendo, que merecíamos un apocalipsis pero me conformé con crucificarme a mi mismo, pagando la cuenta y dejando una propina de 3 euros, aún cuando no tenía ganas de dejar nada, pero quise suponer que la dejaba como despedida emocional de aquel lugar, al que no tenía intención de volver, como de hecho he conseguido, supliendo aquellas horas con paseos por la Fnac, en busca de libros o discos o helados, pasando por delante de la catedral y sintiendo ganas de entrar, porque me siento culpable por demasiadas cosas pero no sé si eso puede funcionar y siempre me parece que voy mal vestido para entrar a una catedral y pienso a continuación que si lo que me preocupa es la ropa que llevo, en realidad no merezco entrar a una catedral a pedir perdón y que tengo que seguir arrastrando mi propia roca, llevándola hasta la cima para dejarla caer y volver a empezar y reconozco que aunque he estado unas dos semanas o quizá una sin usar el chat, he vuelto a utilizarlo, algo que es seguramente menos malo de lo que me parece, pero que me hace daño, quizá porque necesito sentirme querido y quizá por eso hablé con Eva, aunque no tenía demasiadas ganas de hacerlo y me arrepentí a los dos días, cuando me dí cuenta de que no tenía nada que decirle, que aquello era una completa tontería, que me han pasado demasiadas cosas, he caido en demasiados abismos y han cambiado demasiadas cosas como para que pueda retomar algo que murió antes de navidad y curiosamente no me siento culpable por eso, porque soy incapaz de mentir afectivamente y cuando siento que no tengo nada que decir, cuando me siento solo simplemente desaparezco sin dar explicaciones, porque sinceramente me parece que no son necesarias, porque mi vida es un caos del que sólo yo participo y en fin, un desorden que tiene que ir despidiéndose de las expectativas, de encontrar a alguien, de eso tan naíf que es el amor, de aquellas necesidades infantiles que ahora son traumas, revelados en la negativa a relacionarme adecuadamente con las personas, de no pasar de un nivel superficial, recluyéndome en el desconocimiento, quizá para siempre porque los amigos me han llegado demasiado tarde, justo cuando no sé como tratar con ellos, justo cuando no los necesitaba, por más que agradezca su compañia, y es que los necesitaba cuando era pequeño, cuando tenía que inventarme juegos, amigos, amores, cuando tuve que construir un pequeño mundo que me aceptara, aquel en el que reconocí a Violeta, que era una chica que amé en sueños, que siempre tenía caras diferentes pero que siempre era la misma y que algunas veces estaba en la calle y otras en casa, pero siempre recordaba mi nombre y era agradable, pero acababa por despertar y tenía que volverme a esconder en la última fila de clase, en un rincón en el recreo o detrás de algún libro cuando salía del colegio y, bueno, ahora las cosas son diferentes, ya no me escondo, quizá porque donde estoy no hay nadie más y mi reino es un desierto que gobierno en solitario, por eso ya no tiene sentido esconderse, no, ya no y entonces recuerdo que en un par de dias mi padre sale del hospital pero no quiero pensar que ha acabado, porque aún tengo mucho miedo, miedo de sentirme demasiado niño para afrontar la situación, de ver a mi padre mucho más deteriorado de lo que lo vi cuando estaba ingresado, de no saber dar lo que se necesita de mi y a muchas cosas más a las que no puedo ponerle nombre y es que mis miedos permanecen en la oscuridad, jugando con las trenzas de los problemas, riéndose cuando me caigo, satisfechos de mi debilidad y es que reconozco que soy una victima facil. Demasiado. Un juego aburrido. Aquello ya no existe, no lo hará nunca más, y escucho a Mark E. Smith y me enfado, siempre que lo escucho me entran ganas de darle un puñetazo a alguien y sigue sonando "Wings" y me repiten que los pequeños cambios pueden alterar mucho más que una simple década y me entra el pánico y no sé dónde meterme para huir, como aquella vez en la que sufrí un ataque de miedo y me parecía sentir el miedo en mi propia piel, con mi mano encogida y mi brazo rígido, tanto que me dolía y gritaba sin ser capaz de articular una sola palabra y es que el miedo estaba allí, justo allí, en el techo y mi hermana estaba a mi lado pero no lo veía pero yo sí, estaba allí, encima y se metía bajo mi piel y luego salía, como un fantasma, como algo mucho peor que aquello, como yo mismo frente al espejo, con todas mis imperfecciones a la vista y le dije que necesitaba ayuda o no sé si se lo dije, pero lo pensaba, lo gritaba y fue en aquella semana cuando sentí que todo el mundo podía acceder al amor, sentirse querido menos yo, mi hermana con aquel chico que había conocido, mis amistades con sus parejas, en la calle los arrumacos, los comentarios en las chicas solitarias que decian "sí, el otro día mi novio..." y todo lo demás y lloré y grité y me escondí en un rincón deseando que el tiempo pasara rápido, más rápido aunque sin saber muy bien a dónde dirigirme, aunque en aquel momento eso me daba igual, solo quería otra cosa, otra, me era indiferente: cambio a mejor o a peor, pero cambio. Lo necesitaba. Lo necesito. Lo necesito. Lo necesito. Lo necesito. Lo necesito. Lo necesito. Y no sé que necesito. No tengo claras mis necesidades, ni mis vicios, ni mis virtudes, ni mis capacidades, ni mis errores, ni lo que puedo ofrecer, ni lo que puedo exigir, ni lo que puedo perder, ni lo que puedo ganar. Lamerse las heridas es un entretenimiento bastante raro.

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