martes, 18 de enero de 2011

Nubes, tijeras y un libro viejo de Mishima

Siete menos cuarto de la tarde. Entro en Mercadona. Sé a lo que voy, a ver a Noelia, a enfrentarme con mis miedos, con mis manias, miro de reojo por el pasillo y sí, allí está ella, en la caja de siempre, en el mismo lugar en el que me hablo por primera vez. Busco una vela de vainilla, para conseguir que mi habitación sea un lugar cómodo para practicar la respiracion que me encargó el psicólogo. Diafragmatica, para evitar los ataques de ansiedad. Fobia social. Conducta evasiva con tendencia a generalizar y por tanto al aislamiento. Lo noto dentro de mi. Los nervios a flor de piel: esto es lo que me pasa, quiero irme de aqui, pero no lo hago, no. Me voy a quedar. Hablaré con Noelia, y digeriré lo mejor que pueda su indiferencia. No encuentro donde están las malditas velas: pienso, compresas, insectcidas, papel higienico...aqui. Aqui esta la vela, justo al precio que pensaba: 1'80. Bien. Dios, el pecho me va a estallar, que le den por culo a la vela, a mis miedos y a todo cristo, me quiero ir. ME QUIERO IR. No, espera, no. Intentalo por lo menos. Voy al pasillo de las patatas fritas, justo cerca de su caja. Me quedo 5 minutos viendo las distintas variedades de aceitunas: con hueso, sin hueso, con relleno de pimiento o con pepinillos. Me gustan las de pepinillos, pero ahora no tengo dinero chicas, quiza otro dia.

Aún no me atrevo. Debí haber practicado la respiracion el fin de semana, estoy muerto de nervios. Pasillo de cereales e infusiones. Tila. Quiero tila. ¿Donde está la maldita tila? Aqui, si aqui. Me quedo parado. Es el momento. La cola no es muy larga, pero eso da igual. Me da igual la cola, la vela y la tila. Ni siquiera me importa Noelia. Las palpitaciones ocupan toda mi preocupacion. Si fuera un poco más habil sabria contarlas, pero no, no lo soy. Miro al suelo, al techo a la derecha y a la izquierda, pero no hacia delante, en su direccion. No, no lo hago. No me atrevo. Ya me toca. Creo que se me nota que estoy nervioso pero no puedo controlar mi conducta, ahora mismo soy excesivamente vulnerable y todo plan previsto es papel mojado. Hola. Buenas. Me ha mirado y me ha reconocido. Que tal como te va? es lo que me dice. Yo, muerto de miedo, le respondo con otra pregunta: como te va? Muy bien, me responde. Me dice cuanto es: dos y pico. Le doy el billete de 5 euros que llevaba. Y entonces es cuando pasó. Me tocó la mano al darme el cambio, una manera muy sutil. Muy sutil. Quizá son cosas mias (seguramente) y es la manera más normal de dar el cambio a un cliente, pero no sé, era como si un torrente de palabras nunca dichas se hubiera abierto paso en mi interior, de piel a piel, sin secretos, sin miedos, con tantas cosas que decir...Y nos miramos. Una mirada que para el mundo era una mirada rutinaria, pero que para mi significaba volver a respirar: mis miedos no eran ciertos, era todo una pantomima. Afortunadamente me equivocaba: gracias, gracias, gracias. Esa mirada, que duró menos de un segundo, hizo que se me pasaran los nervios. Así, de golpe. Pam!. Al salir, me temblaban las manos, pero estaba feliz, extrañamente reconfortado por reconocer en su cara a quien siempre me salvará de mi asquerosa mania de viajar al infierno.

Y sí, se acordaba de mi, posiblemente igual que yo me he acordado de ella. Al llegar a casa, guardé el ticket de compra en mi cajón de cosas importantes con una anotación especial: "Dia 1, ok". Toda escalera que se baja puede volverse a subir. Peldaño a peldaño.

Y ahora estoy nervioso otra vez. Pero no porque me dé miedo ir a Mercadona, sino porque estoy deseando volverte a ver, aunque sea, como siempre fue, durante menos de un segundo.

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