jueves, 3 de enero de 2013

We, the rolling people.

Tú tienes la culpa, Romain. Me acabas de recordar quien soy, las cosas por las que merece la pena vivir y, acaso, morir. Ayer estaba en la cama, contando hasta el infinito para esquivar el frio ( los pies congelados, la sensación de haber perdido una tarde enganchado al ordenador) cuando volví a pensar en el suicidio, pero ahora de una manera diferente: El suicidio te persigue ¡huye! ¡vive!. Sigo creyendome pesimista, pero ahora se me hace más dificil. Es como si no tuviera tiempo para perderme en como soy o no soy. Quizá en esta parte pecaste de exceso de ambición. Joder, no, nunca aceptaré que puedan existir excesos en la ambición. Escribo esto desde mi oficina, bajo la atenta mirada de mi figura de Napoleón y entonces me doy cuenta: quiero escribir, quiero ser diferente, quiero escalar la montaña más alta y quedarme con la chica más guapa. Lo quiero todo. La sensación que tenía al empezar el año sigue latiendo, como certificando que su promesa iba en serio, haciendome ver las cosas de manera diferente. Siento una energía que no he de negar que proviene de cierta desesperación, de un "todo o nada" un "aquí y ahora". Durante mucho tiempo he sido el chico tímido de la primera fila, el soñador solitario, el amante silencioso. No necesito esas alforjas para este viaje. Necesito construir mi vida como una huida, principalmente de mi mismo, de mis miedos salvajes, que crecen apresuradamente, respondiendo al desafio de este nuevo optimismo. Pero me niego a rechazar cualquiera de mis dos partes, la que me hace despertar y la que me destruye. Necesito a las dos para realizar mi particular canto del cisne. Como decía Neil Young "Mejor arder que desvanecerse". Quiero arder, quiero quemar toda la oscuridad que, real o no, me ha tapado los ojos todos estos años. Estoy en disposición de tomar las riendas, de alzar la voz y decir: aquí estoy. Perdón por haber tardado tanto en llegar. Esa es la sensación, llego tarde, pero aún a tiempo, con prisa por ponerme al dia en mi propia vida, que es la tarea más dificil a la que me enfrento a diario. Porque, lo reconozco, a pesar de toda esta energía, me sigue costando lo más elemental, lo básico, aquello que generalmente no se suele echar de menos por ser obvio. Sueño con adaptar Ubú, millones de ideas vienen a mi cabeza, un espectaculo grandioso, una crítica mordaz, inteligente, un cajón de sastre para mis filias y mis fobias: la televisión, las rubias, el sexo, la filosofía, la popularidad, la soledad, el fracaso, la presión, el dolor, la religión...todo cabe, de todo me siento capaz. Ahora si. Ahora sí. Pero luego me veo en el espejo, en pijama, con, he de reconocerlo, algún kilo de más, fruto de mi pereza legendaria y mis brazos delgados, flojos y lamento no ser algun guaperas de esos que llevan tupé y salen a dar una vuelta con la guapa del barrio. Eso, que debería ser algo sencillo, elemental: poder conocer a alguien, se me antoja endemoniadamente dificil, casi imposible. Y más teniendo en cuenta que ni por mil reinos medievales renunciaré al ideal. De la misma fuente, tienes que rebajar tus expectativas. NO. Mil veces no. Quiero a la chica rubia, a la guapa, a la lista, a la diferente. He imaginado durante noches y más dias de los que recuerdo como te he conocido: unas veces hemos coincidido en mi Fnac, otras paseando por la calle, otras, en alguna escena rara en la calle, de noche, a millas de cualquier civilización, rodeados de extraños que beben y viven su vida como si fuera sencilla. Quizá por ser tan intransigente en mis sueños me veo abocado a la soledad, quien sabe. Pero si de algo tienen que servirme mis sueños es de brujula, tienen que indicarme el norte, mi dirección, de ahí que tengan que ser tan exagerados, tan grandes, para no perderlos de vista jamás. En enero quiero explotar, que la serpiente mude su piel. Estoy por fin a los mandos, tras una temporada larga en el desierto. Sin embargo, en esta travesía he aprendido unas cuantas cosas útiles: se convivir con la soledad, alimentandome únicamente de silencio. Nadie me reclama, nadie me llora, nadie me extraña ni me quiere. He sido capaz de sobrevivir a eso, a la exclusión, a la falta de popularidad, al rechazo, a esas voces en mi interior que decían: estas solo, ella es imbecil, no te quiere, mata, rompe, quema, hiere. Esas voces siguen ahi. Están lejos, pero volverán, por la sencilla razón de que siempre lo hacen, pues tal es su naturaleza. Volver. También he aprendido a ser invisible, a esconderme detrás de pantallas de palabras superficiales, que para mi no significaban nada, capaz de no estar cómodo en ningún sitio, para sentir que cualquier lugar puede ser mi hogar. Lo esencial nunca corre peligro: siempre está dentro de mi, mi debilidad, mi amor, mis dudas. Nunca salen, siempre me acompañan allá donde voy. No puedo escapar de mi mismo. Empieza, lo que decía mi vuelta del exilio, sin saber muy bien por donde empezar, pero con la convicción de que hay muchas cosas por hacer y ganas para hacerlas. En fin, reconozco que este post me ha quedado un poco cursi, pero en una travesía tan larga, son igualmente corrientes los días de sol como las tormentas.

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