domingo, 14 de abril de 2013

De ratones y gatos que intercambian papeles

Para el coche. Y entonces, como azotado por un látigo, me asomé por la ventana, como quien se cae desde lo alto de diez escalones y tras dos o tres arcadas me quedé allí, más solo que nunca, y triste. Triste de cojones. Dejé que el aire me golpeara mi flequillo mojado por el sudor frio, la chupa se volvía viscosa, lejos del estilo que había mostrado por la tarde, antes de empezar a beber (beber sin hablar, sin moverme, sin pensar, para olvidar, huyendo de mi imagen en el espejo del váter). Me estaba perdiendo algo, una parte importante se estaba despidiendo de mi en ese preciso instante. No era la primera resaca, y sabe Dios, que no será la última, era otra cosa, diferente, pero tan pensada obsesivamente que casi diría que era algo conocido: nada más lejos de la realidad. Me di cuenta de que no tenía nada que ofrecer, de que, a pesar de todas mis ilusiones, de mis delirios de grandeza, había fracasado, mi tiempo había pasado. Y reinventar el papel de perdedor cínico y descreído no me sirve, porque la verdad sigue golpeando mi mente cada vez que me veo en el espejo ( como aquel del bar, como tantos otros extraños, lejanos, los ojos de las personas que te examinan, te critican, aquellas que estan dispuestas a ayudarte pero estan demasiado ocupadas, las que te ven como un pasatiempo, a las que le das igual, a las que importaste una vez, pero empiezan a cansarse de que tú no pongas de tu parte...todas ellas están ahí, no puedes escapar). Ha pasado el tiempo de la prisa, el momento en el que podías permitirte un error: me espera lo mismo que a cualquiera, seré uno más de los que piense que otro tiempo fue mejor, me sentiré culpable por pertenecer a una generación que no será recordada más que por ser un campo de cadáveres. Veré la tele y entonces saldrás tú, triunfadora: cumpliendo el sueño que tantas veces se me ha pasado por la cabeza, por el que hubiera cambiado todo lo demás. Aparecereás tú y todo el mundo te querrá. Todos menos yo. Y veré como mi cuerpo empieza a perder el control, y como engordaré más y más, evitando subir escalones para no sudar a las primeras de cambio y fumando, en un último giro pretendidamente elegante. No. Nada de eso. Es demasiado tradicional. Oh, pobrecito, allí está, mirándose el ombligo y lamiéndose las heridas. Es encantador. Es tierno en el fondo. Me gusta hablar con Jara, aunque me siento lejano, a fin de cuentas no dejo de ser un cliente, un parroquiano, un tipo que se sube a un taburete y está allí sentado durante una hora o dos, leyendo, o callado, mirando el techo lleno de lencería vieja, cuernos de toro y sombreros irlandeses. Magnifico. También noto que algunas personas se aburren al hablar conmigo, es como si notara que les importo tres cojones: bueno, eso forma parte del juego, no puedes gustarles a todo el mundo ¿no es eso lo que se dice? La penosa búsqueda de la redención, en lugares sin existencias, agotados: ya no hay para ti. Vuelvo a llegar al punto de partida: últimamente empiezo a pensar porque me aburro y dejo de hacerlo cuando empiezo a aburrirme. Buenas noches, buenos días y buenos ratos. Tic-tac, tic-tac: como un reloj cualquiera. El paso del tiempo. La memoria. Tú y yo. Lo que fuimos. Lo reencontrado irreconocible. Agua.

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