lunes, 8 de abril de 2013

Últimas veces

Lo reconozco: soy un capullo. Me refugio en deseos que jamás cumpliré, en palabras que nunca diré y en muslos, los tuyos, siempre diferentes, que sólo acariciaré en sueños. Así es mi vida, mucho menos emocionante de lo que me gustaría. Me faltan esquinas, rincones donde perderme: llego tarde, mi momento ha pasado pero eso, que simplemente eran palabras vacías, más o menos sinceras, ahora se vuelven de un peso y una realidad insoportable. Soy como tantos otros antes y después de mi: soy como tu. De hecho, mis derrotas son tan cotidianas, que difícilmente puedo defender mi propia dignidad al hablar de ellas, no hay nada especial, nada que justifique la diferencia. Es un fraude. Pero en fin, no me gusta ponerme dramático: las personas pasan, y la mayoría no vuelven, sobretodo porque yo no las dejo. Tanto he deseado ser un solitario, aun cuando (y con más fuerza) lloraba, que los dioses me han hecho caso y me han dado una solida, curiosa y creciente soledad. Pero, de nuevo dibujo un retrato injusto de mi. No es para tanto, me quedan recursos, aunque eso implique convertirse en una persona muy diferente de la que pensaba....pienso demasiado las palabras, y eso hace que suenen lejanas, demasiado postizas. Me asusta pensar que estoy perdiendo la capacidad de amar a alguien, de hacerlo de una manera sincera. Y la máscara de falsa amabilidad, con la voz aflautada, respondiendo siempre "bien" a la pregunta de "¿cómo estás?" pesa demasiado, se clava por debajo de mi piel. Solo quiero pasarlo bien, no es tan grave: nuevamente dramatizo. Sigo corriendo, huyendo de mi mismo, ofrezco mil versiones de mi mismo y todas, todas, son desechables. Ver tan de primera mano la debilidad, ver como los héroes infantiles, aquellas personas que todo lo podían se deshacen ante mi es un trato demasiado injusto. No, no quiero desaparecer sin plantar batalla, no, no, joder, no, una persona no habla así: nuevamente me pierden las formas. Quizá soy demasiado grandilocuente, siempre quiero más de todo. Aún no puedo evitar pensar en un menage-a-trois cuando una chica menciona en una frase inocente a una amiga suya. Vamos, sabes que exagero, siempre lo hago, es solo un juego para evitar que veas de cerca mi dolor, aunque a estas alturas, mucho me temo que es evidente, por mas que trate de disimularlo. Me escondo en lugares incómodos, y busco excusas difíciles de justificar, pero vivo el inicio de una avalancha, con la sensación de que todo lo que me rodea se acaba. Aunque no se lo que es ganar, no he sido educado para perder, no he conocido los sinsabores de una derrota autentica, definitiva, de esas que cambian de verdad las cosas y tengo miedo. Pánico. Y no quiero recurrir de nuevo a mi infancia, porque las explicaciones se acaban: aquellos años de mierda no pueden dar cuenta de todo. Me callo, porque no hay mucho más que decir. Un pequeño juego privado, que obviamente solo yo puedo responder, quizá otro día: me encantan mis nuevos amigos Chet, Jim y Hank. ¿Hoy? Bueno, hoy no hay música...

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