jueves, 6 de agosto de 2015

Damien Hirst.

A punto de terminar de correr, impulsado por videoclips de música electrónica moderna y de Morrissey, la he visto entrar. Una chica mucho más guapa que las otras dos que se graban mientras entrenan. Y con mejor culo. Sí, lo reconozco, eso es lo que me llamó la atención la primera vez y lo que siempre me obliga a lanzar miradas furtivas a sus ejercicios de gluteos. No hace otra cosa, sólo glúteos, en máquina o tumbada en el suelo. Obviamente no me ha prestado atención y yo pretendo actuar de la misma manera. Bebo agua. Frunzo el ceño y me pongo a entrenar como si no existiera. Parece una chica rusa. Otra vez. Rubia y delgada, me pregunto si también será divertida. No me interesa si es inteligente o no, la razón nunca me ha proporcionado felicidad, nunca me ha liberado por un momento de la carga de ser quien soy, ni me ha pagado las facturas. Entender lo que me pasa no es gran cosa.Beauty is truth, truth beauty,that is all ye know on earth, and all ye need to know., como si eso me sirviera para añadir un nuevo enigma, buscar la belleza, cuando quizá ya no existe, cuando posiblemente me esté refiriendo a un concepto obsoleto, su coleta rubia se mueve al ritmo de la bicicleta elíptica, puede que tenga los ojos azules, no lo sé, y mi propia actuación es insatisfactoria, dandole demasiada importancia a ese momento, dramatizando los pasos en su dirección para preguntarle cualquier cosa con tal de saber que tono tiene su voz, son las dos y media de la tarde, y el gimnasio está casi vacío, hay cuatro viejos pero poco más y yo intento dejar de pensar en otras personas y pensar sólo en mi, en gustarme a mi, en quererme algo más, sin caer en el narcisismo del espejo, no, tengo que ir más allá, más lejos, conseguir algo que dure más que cualquier elemento empírico. Pienso en todo esto, en esta especie de sacrificio frustrado, en la rendición cobarde, en la ausencia trapera para no pensar que me faltan huevos y quizá me sobra demasiada tristeza como para decirle "hola" a esa chica. Intento otra vez dejar de pensar, pero no puedo: procrastinador, overthinker, silencios dedicados, firmados para mi disfrute en exclusiva. Entonces escucho una risa a lo lejos. Es ella. Alguien está hablándole, y sonríe, y se gira para mirar a ese chico. Llega otro y aunque intento agudizar el oído (lapsus, los dedos se han trabado y he estado a punto de escribir O-D-I-O) no entiendo lo que dicen. Cargo la barra con más peso. Y mientras miro al techo empiezo a darme asco, a lamentarme por mi propia debilidad, por esperar…por esperar ¿qué exactamente? ¿conocer a una chica y sentirme adolescente de nuevo? no, no es eso, si digo la verdad, no se muy bien que esperaba, era un deseo amorfo, la simple idea del deseo me mantenía curioso, pero de nuevo la realidad insiste en hacerme ver que es lo que está pasando. Los chavales no parecen muy mayores, es más, tienen pinta de críos, unos 18 años o quizá menos, sí, posiblemente menos, unos 16. Me imagino que si ella los conoce seguramente sea porque también tiene esa edad: a veces se me olvida que ya tengo 29 años, sí no son demasiados, pero aun sigo preguntándome donde han quedado todas esas costumbres de universitario iniciático, las ilusiones por cambiar el mundo, las pequeñas locuras, los inconformismos, soy una bomba de relojería, eso debería de formar parte de mi pasado, pero no como lo hace ahora, como un quiste, como una herida, como una amputación, no, no, tendría que ser un lugar en el que encontrar algo de paz, un destino, unas coordenadas sentimentales a las que poder regresar, pero no, aquí estoy, sin ser consciente del tiempo que ha pasado y asustándome de lo rápido que pasa todo a partir de ahora, de la velocidad de las despedidas, de las conversaciones cada vez mas irrelevantes, me da miedo todo eso, y esa rubia era una especie de espejismo, mientras pienso en ella no pienso en todo lo demás, pero pensar en ella me hace demasiado consciente de la mentira, ella es la excusa, la trampa, la cortina y lo que que se halla detrás no está escondido, solo, en ocasiones, simplemente obviado o aceptado a medias y me alivio viendo que hablan alemán, es un consuelo idiota, sí, bastante, pienso que por lo menos si ha hablado con ellos ha sido solo por la facilidad del idioma o porque ya los conocía del instituto o quizá han venido juntos de vacaciones o viven en la misma zona residencial o en el mismo piso o en la misma puta playa o dondequieraquevivanlosalemanesquevienendevacacionesaalicante y todas esas cosas y la verdad es que me sirven de alivio, pero no demasiado, la naturaleza no desaparece al quitarle los ojos de encima y me enfado conmigo mismo por buscar estos alivios, estas sinrazones a fin de salvar no se bien que parcela de mi mismo. Quizá me da miedo descubrir que esa chica sin nombre para mi es capaz de sentirse atraída por otra persona o que si no intenta hablar conmigo no es porque no me haya visto, sino porque me ha visto y le resulto indiferente y a la vez me da miedo también tenerme que esconder en estos subterfugios tan infantiles, tan pueriles, tan burdos. Yo no lo he conseguido, pero por lo menos los demás tampoco, cínico, mentiroso, rastrero, aprendiz de rata, rata muerta, todo eso soy yo, y no soy lo suficiente original como para llamarme más cosas, no existe, ya no, sus sonrisas no son para mi y afortunadamente los chicos no parecen muy interesados en hablar mas con ella, quizá solo la conocen de vista y poco mas, quizá detrás de ese culo tajmajaliano solo hay una chica sosa y aburrida, quien sabe, a fin de cuentas puede que no sea inteligente en absoluto y que entrenar su retaguardia sea su única y ultima preocupación en la vida, pero aunque solo fuera así, aunque solo fuese un trozo atractivo de carne, me hubiera gustado que ella me fuese la diferencia, que rompiera el equilibrio entre expectativa irreal y realidad frustrante, que me diera algo diferente, todo en términos mercantiles, intercambio, dar, recibir, te quiero por tu precio no por tu valor, y todas esas cosas que alguien podría decir de intentar ligar en un sitio intelectual, como aquella sala en la que recitaban poesía y en la que yo también recité algunas cosas y a la que decidí no volver jamás porque estaba llena de pedantes y gente insufrible que pretendía saber más que yo o que se las daba de haber encontrado las verdades nucleares de la vida, aunque si dejé de ir fue por el dueño, un viejo que se las daba de Whitman o de Ginsberg para poder manosear a las chicas que iban allí con la excusa de estar interpretando una obrilla de teatro o alguna representación cutre, como hizo con aquella italiana que me gustaba, Rebecca, y entonces lo ví claro: eso no me gustaba, posiblemente por una malformación del orgullo, por no ser el destinatario de aquellas caricias, por ser únicamente un espectador de la belleza y no poder participar en ella, como decidí no hacer nunca más por lo menos en ese local que al parecer fue en tiempos un cuadrilátero de boxeo, o así lo presentaban ellos o el o los que fueran los encargados de aquel maldito rincón perdido al lado de un museo por una callejuela mal iluminada y con charcos cerca de los contenedores en los que los gatos bebían agua antes de desaparecer debajo de cualquier coche mal aparcado, el arte como lucha, la verdad como combate, y el sudor como verbo divino, no, no me gustaba esa gente, no me gustaban esos abogados metidos a poetas, no me gustaba su dualidad, la burguesía de sus actos, esa manera de intentar acaparar lo mejor de los dos mundos, su falta de responsabilidad, sus cervezas baratas y sus mesas de madera con las patas cojas, no me gustaba esa gente y por eso dejé de ir allí, para evitar dar demasiadas explicaciones sobre las cosas que hago y para dejar de ver a aquel tipo que me enseño el local por primera vez, que se quería ligar a no se cual de las tres italianas, Rebecca, Lucia y otra que no era muy dada a aquel ambiente de pretensiones artísticas y que con el tiempo resultó ser un habitual universitario, un perenne, un estudiante de por vida, pero en el mal sentido y posiblemente digo todo esto porque no lo conocí del todo, porque no me molesté en saber sus porqués, sus razones, sus canciones y sus miedos y que demonios, el tipo era un gilipollas y punto, no hay perdida, de nuevo el termino mercantil, no quedan deudas pendientes en aquella cuenta, y a mi lado se ponen a entrenar estiramientos, con un tipo que solo repite "¿ya?" cuando el monitor les explica un ejercicio nuevo y "hemos terminado ya, ¿verdad?" y así en los malditos diez malditos minutos que dura la rutina y entre esa maraña de piernas torcidas, en esos escorzos de principiantes, vestidos con grititos de "ay" o "uf" allí está ella de nuevo, estirando sus piernas, y le sonríe al otro chico, al segundo, y puedo ver trozos de esa sonrisa como cristales rotos, como una superstición que se cumple por mera repetición, pero no es para mi, no, y sigo entrenando evitando tener miedo, miedo a que después de Dasha ya no haya nada más, a que no se produzca ninguna novedad, a que mi deseo no tenga donde tomar sentido. Sí. Me da miedo la soledad, que ahora parece como algo mas factible que nunca, como un futuro cierto no solo como un temor a no encontrar a nadie y todos los alivios que trato de encontrar, todas esas reestructuraciones mentales dirigidas a expulsar de mi al mundo solo consiguen socavar mi propia fortaleza, que ya de por sí es bastante débil. Después de Dasha no habrá nadie más, si sale bien fantástico y si sale mal no pienso gastar mas fuerzas en una derrota segura, era una de las opciones, no hay que dramatizar, no, no lo hagas, no vuelvas a dar pena, es un abismo sin fondo. Incluso el suicida del puente espera caer al suelo, pero la eterna caída es un castigo demasiado cruel. El fin de mi historia: el terror de que el silencio se convierta en habitual, de que la única certeza que tenga sea la de que nadie me llamará por sorpresa, o que nadie me escriba. De momento esta semana estoy probando no escribir a nadie, no dar, por una vez, el horrible primer paso, y de momento los resultados eran los previsibles. El amor no ha muerto, el amor es la misma muerte con otra mascara diferente, otra manera de llegar a nuestra alma para robarla, para romperla, para hacer que los huesos sean más fáciles de partir, la piel mas suave de arrancar y el verbo más difícil de silenciar. Ella seguía con sus ejercicios, en alguna parte. Yo me he marchado al spa.

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