miércoles, 5 de agosto de 2015

No traffic lights

Ayer volví a acostarme tarde, cerca de las 3 de la mañana, ojos de búho, la camiseta empapada de sudor, al calor asfixiante de la noche y de las propias frustraciones, de esa cascada de palabras ficticias que buscan un placer efímero, todas esas piruetas necesarias para no pensar en que simplemente estoy escribiéndome con una persona que no conozco, que ni siquiera se si es una chica o no, a pesar de su nombre, hablando únicamente sobre un sexo insatisfactorio, y el pelo empapado y seguramente mañana me arrepienta de esta manera de perder el tiempo, y de contarlo ahora como algo nuevo, cuando en realidad no hablo de otra cosa, los mismos errores, las mismas impaciencias, el tiempo difuso que parece no acabar nunca. En seguida se me ocurre que podría usar esas frases, esos pliegos y vuelcos del lenguaje, esa manera de intentar convertir las palabras en algo físico en otra cosa de provecho, y me acuerdo de todas aquellas historias que siempre he querido escribir y pienso que quizá no necesito la ficción, quizá lo único que necesito es tener el valor de reconocer y ponerle nombre a mis propios fracasos, simplemente como una manera de decir "aún vivo" aunque sin insistir, ya que en el fondo se trata de un triunfo pequeño, una victoria escasa que apenas me sirve para dejar de pensar aunque sea en un momento en esa sensación desagradable que me invade estos días, la de que nadie me ha echado de menos, la de que nadie sueña con volverme a ver algún día, o quizá soy una mónada de Leibniz y aunque reflejo todo el mundo en mis experiencias, soy incapaz de ver más allá de mi propia realidad. Posiblemente tendría que ser o mejor dicho, haber sido más cuidadoso y más atento con las personas que me encontré en el pasado, haber intentado construir una amistad, pero incluso en eso he tenido miedo. Ya no encuentro en ningún lugar, en ninguna situación esos pequeños nervios al empezar una conversación, esos "contestará a mis mensajes?" "se conectará?". Recuerdo cuando lloraba en el sofá de casa, escuchando el Blood on the tracks de Dylan, pensando en que me había enamorado de Inés. Lloraba porque me gustaba mucho y quizá, aunque nunca lo dijera, porque posiblemente, en mi interior sabía que sería solo otro amor platónico más. Todos mis errores han nacido no de la soberbia ni del orgullo, sino del miedo: el miedo a querer , a perder, a ser abandonado, a que mis sentimientos cambiaran con el paso del tiempo, acostumbrándose a los rasgos que me habían fascinado en un principio. En aquellos años no tenía complejos físicos, la fase del alcohol en barras solitarias llegaría años después, no, en esos años era libre, aunque no lo supiera, acaso las nubes cambian, pero la tormenta es la misma. Quería escribir poesía, y la escribía, y trataba de leerla a la menor oportunidad, aunque fuesen malas, aunque no me escuchasen, aunque no me entendieran, me daba igual, me gustaba y lo hacía únicamente por placer, pero en algún momento, desconozco cual, todo aquello empezó a desviarse, perdí el control sin enterarme y la tristeza fue creciendo, aquellos pantalones ya no me cerraban ("estas creciendo, es normal" me decía mi madre) y acababa aquellos años universitarios con un sabor agridulce: seguramente aquella ceremonia final en la que me dieron el titulo provisional fue mas emocionante para mis padres y mi hermana que para mi. Aquella sensación de continuidad, de movimiento, todo aquello era lo normal, no era nada extraordinario, las personas que dejé atrás no suponían nada especial para mi. Ocho años después vuelvo en ocasiones a aquellos años, buscando alguna lección, revisando el camino, quizá me dejé algo, quizá pasé por alto ciertos detalles, pero soy incapaz de verlo, es un relato en blanco y negro, una historia unidimensional, sin mucho que ofrecerme a estas alturas, no, no echo de menos a nadie ¿a quien podría? si destacara algo o alguien sería dramatizar demasiado lo que fueron unos años normales, comunes, invisibles, en los que hice lo que se suponía que tenia que hacer, sin más preocupaciones: no, no siento haber dejado algo a medias, pero no puedo evitar volver a aquellos años, buscando el inicio de mi situación actual, hay una pista que se me escapa en algún lugar, en esos años o en los inmediatamente posteriores, qué personas, qué hechos me cambiaron, antes de los impulsos suicidas, antes de las pastillas, antes del intento alcohólico, de la enfermedad de mi padre y de la adicción al porno, antes de todo eso…¿que había? Lo fácil sería decir que las personas cambian simplemente o que quizá esta tristeza sea crónica y que no depende de nada, sino que siempre estará ahí, bueno, puede ser una opción, es cierto, pero no me interesa, es demasiado fácil, demasiado simple, no explica las cosas, no aclara ningún sentido, no facilita una comprensión mejor de lo que me rodea, y es por eso por lo que me obsesiono con los detalles, es ahí donde mi identidad se disolvió, donde la muerte me llegó por primera vez o donde empece a morir poco a poco. Ningún amor ha sido definitivo y no he sufrido un fracaso decisivo, soy esclavo de unos deseos frustrados, las cadenas de mi propia incomprensión, si estoy condenado por algo, posiblemente lo esté a no satisfacer jamás mis necesidades, después de ver a todos esos cuerpos contorsionados, contusionados, rotos en cierta manera, sometidos a un deseo lejano, la desnudez, el sudor (nuevamente, punto de control), los besos y los fluidos, aquellos olores que en cierta manera me imaginé, después de todo eso, como el motor que sigue girando pero no hace avanzar, no anhelo el amor físico, no, no es eso, esa es otra mentira, esas pequeñas derrotas postorgásmicas, ese miedo y el no saber que hacer, eso es verdad, no se como actuar, no se el segundo paso, desconozco como "se supone que" deben ser las cosas, que esperar de los demás y como conocer lo que los demás esperan de mi, y tampoco quiero el amor del corazón, no quiero confianzas, no, ya no, no quiero contar con nadie ni someterme ni esperar salvaciones, ni que nadie me complete. Si vivo con abismos o no es algo que quedará pendiente de respuesta, quedándome quizá como ultima opción, el sacrificio, el eterno proceso de entender mis propios errores, de tenerme como un ser que cae, que se rinde, que llora que maldice, que insulta y que peca, y a pesar de todo eso continuar adelante, saber que no soy ningún ejemplo, que todo lo demás son simplemente ilusiones que aparecen frente al espejo y que al salir de casa retroceden hasta esconderse de nuevo en un rincón de la memoria, esperando a salir cuando menos me lo espere porque, en cierta manera, todo este proceso no es sino una lucha conmigo mismo, no tiene nada de valioso, pero sí de necesario, porque quizá ahora, ahora, siento la verdadera necesidad de explicarlo todo, de contarlo, de dar cuenta de hasta lo mas pequeño, como si pudiese prever una gran caída, el cataclismo final, el descenso a esos infiernos a los que me he asomado con miedo estos años atrás, sí, tengo miedo de que todo eso se haga realidad, de que después de todo, lo único que quede sean las cenizas de una juventud desaprovechada y de una madurez incompleta, frustrada por necesidades innumerables, el incesto vital que se sucede a diario: nada ajeno a mi puede servirme, los nuevos materiales, cocci, son aquellas viejas piezas rotas, los recuerdos olvidados, los sufrimientos, los dolores, las frustraciones, esos son el punto de partida, no construir sino transformar, y de ahí que me falte el aire en ocasiones, la necesidad cada vez mayor de darme sentido, de tener por lo menos un asidero en el que sostenerme, que me de la oportunidad de poder cerrar los ojos al mundo y dormir, simplemente eso, dormir, dejando esas conversaciones nocturnas como un relato pendiente que no necesite ser continuado de inmediato, crear la excepción a mi propia vida, la posibilidad de dejar de ser, de existir sin morir, ni siquiera ser otro, sino simplemente ser invisible, suspender el tiempo, paralizar los miedos y esperar, simplemente esperar, sin expectativas sin iniciativas, solo la ausencia de movimiento, no-motricidad. Stop. Es una manera un poco rara de dar salida a mi frustración, pero creo que después de tres días, el dolor de corazón parece remitir, despacio, sin mirarlo fijamente, como si tratásemos de olvidarnos mutuamente, obviando nuestras respectivas posiciones de emisor-receptor. Ya ni siquiera busco a nadie en facebook, ni en twitter, ya no busco nuevas caras ni nuevos verbos en paginas de idiomas o en otro tipo de lugares, imaginando, soñando en cuanto tiempo podré autocontener estos impulsos negacionistas, este dar la espalda a lo cotidiano, sin tener siquiera construida una alternativa, esa que por falta de tiempo, de talento, de energías y de locura aun no he sido capaz de construir. Significaría mucho para mi poder enfadarme algo mejor, más productivamente, lo suficiente como para poder cambiarme a mi mismo, pero me temo que sólo podré quejarme, cayendo siempre en mis propias trampas y pensando que quizá habría vivido mejor si hubiese sido un poco más idiota. Pedante, como siempre. CÁLLATE.

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